miércoles, 11 de septiembre de 2019

Contraseña 2020

¿Para qué comprar o, peor, regalar, una agenda 2020, una agenda de un tiempo que aun no ha llagado y que no sabemos si va a llegar  algún día? Quizás valga la pena pensarlo. 





En el exhibidor de Marcos Vizoso Libros hoy he visto una agenda 2020 y no he podido evitar que un escalofrío me recorriera la espalda. A esta altura de mi vida, no voy a caer en la banalidad de asombrarme por el paso del tiempo, ni mucho menos. Me asombra, sin embargo, que nos anticipemos a lo inevitable. Me asombra además la morfología de la cifra. Parece más una contraseña que una fecha. 

Empiezo por ahí. Pensemos que es una contraseña. Una más, para nuestro fastidio. ¿Qué aperturas me prodiga esa cifra misteriosa? A lo mejor es la clave de acceso de algún sueño postergado, o la revelación de una fatalidad o el acceso a la bóveda de una fortuna oculta. A lo mejor es la contraseña de otro usuario y nosotros le robamos el destino. Quién sabe. O el santo y seña que me va a pedir la muerte cuando me visite. La guardo. Sé que en un momento me va a hacer falta. 

Vuelvo a lo primero, la agenda como una herramienta contra el tiempo. 
¿Para qué comprar o, peor, regalar, una agenda 2020, una agenda de un tiempo que aun no ha llagado y que no sabemos si va a llegar,  algún día, al menos para nosotros? Aunque solo faltan unos pocos meses, quién sabe si vamos a estar, vivos, sanos o enteros para ese entonces. Faltan menos de cuatro meses, pero parece que nunca va a llegar, que vamos a quedar con nuestra agenda en blanco a la espera de los acontecimientos. 
Insisto, ¿para qué sirve una agenda de un tiempo que todavía no está con nosotros? Ya sé. Los más precavidos me van a decir: para planificar, para organizar y para controlar el tiempo, para darle una utilidad más “rendidora”. ¿Cuánto podemos controlar el tiempo?, me pregunto. ¿Se puede hacer del tiempo un socio “rendidor”?. Ah, pero el espíritu del capitalismo según Max Weber dice que el tiempo es dinero. Bien. El tiempo es dinero. Pero entonces, si nosotros nos anticipamos así, es como que pedimos un préstamo. Y los préstamos se pagan con intereses. Pero entonces, cuánto devienen esos intereses, con el costo actual de las tasas y el dolar por las nubes. Y ¿con qué se pagan? ¿Con plata? ¿Con tiempo? ¿Con vida? 
Me asustan las anticipaciones. Que yo planifique y organice mi tiempo, no lo vuelve menos inexorable, ni nos hace menos mortales a los hombres. El año 2020 va a llegar de cualquier modo, tan imparable como la luz del amanecer después de la noche oscura. Y así los años sucesivos. Lo que no sabemos, lo que fatalmente no podemos saber, es si vamos a estar ahí para recibirlo. A lo mejor tengamos que usar la contraseña. 


L. C. 

jueves, 1 de agosto de 2019

Suele ser en agosto


La ingesta de ruda (macho) para el primero de agosto es una tradición milenaria de los pueblos originarios que nos reconecta con nuestra experiencia de finitud. 


Suele ser en agosto,
Porque en agosto los ocasos 
Son de un barro sangrante

Era lejos, Manuel J. Castilla


“Ruda macho. Ojo. No vaya a ser que te confundas”, solía decir una tía, que ya la han abandonado sus agostos. Hablaba, claro, de la ruda, que se toma el primer día de un mes que no se sabe si termina. Y ahora que lo pienso, me pregunto, ¿por qué tiene que ser macho? ¿Qué pasa cuando te la tomas a la hembra? ¿Te mueres? ¿No surte efecto la infusión? ¿Y qué pasa si te tomas la infusión macho religiosamente todos los primeros de agosto de tu vida? ¿Te vuelves inmortal? Bueno, inmortal no puedes ser, en todo caso te conviertes en un ser humano con mortalidad en suspenso. Mortalidad en suspenso, muerte domesticada, finitud controlada. Suena bien. Pero poco razonable. Porque estamos hechos para la muerte. El efecto anual y sistemático de la ingesta de ruda significaría pensar la hipótesis de un mortal que pudiera vivir, cientos, miles de años, mientras siempre tome su ruda el primero de agosto. ¿Y qué pasa con el que no la ha tomado nunca? ¿No debería ya estar muerto? 
Yo pienso que a alguien que toma la infusión milagrosa todos los primeros de agosto de su vida, le pueden pasar dos cosas. O bien llega un momento que el ritual se vuelve vano y no produce ningún efecto, o bien llega el momento en que el olvido nos traiciona y se nos va un agosto, sin nuestra infusión macho y entonces entramos en un tiempo vulnerable que nos recibirá con su mortal estocada. Estamos hechos para la muerte, eso es un hecho inexorable. 
Pero también pienso que nos tranquiliza pensar que un tecito por año nos ayuda a patear para adelante esa hora inescrutable en que vamos a morir, y que denodadamente preferimos esquivar. Patear para adelante. Nada más. Pedir un agosto de regalo. Podríamos preguntarnos, ¿cuantos agostos esperamos que nos regalen?
Estamos hechos para la muerte, pero siempre queremos nuestra ruda y esperamos muchos agostos más con una fe inquebrantable. 
Yo ya tengo mi ruda macho para este agosto. Esta ahí, esperando la poda de sus hojas y el hervor de una infusión. Vivida, carnosa, desafiante. 
Estamos hechos para la muerte, pero yo tengo mi ruda, como muchos agostos que ya he pasado. La prefiero en una copa de caña. 

Sin embargo, sucede que esta vez por alguna razón no estoy seguro de tomarla. 
Suele ser en agosto. 

L. C. 

miércoles, 26 de junio de 2019

El salvaje llamado de las aguas. A propósito de la novela de Javier Freixas



La novela La voz del agua de Javier Freixas se insinúa como un policial fuera del canon que deriva hacia cuestiones filosóficas originales. La voz del agua, Javier Freixas, Autoría, 2018.






En un pasaje de La Ilíada se menciona que el océano es el origen de los dioses. Tales de Mileto dejaría escrito que el agua es el principio (arjé), de todas las cosas. Heráclito, el Efesio de las sombras, instalaría la metáfora del río, que Borges reinventara dos siglos y medio despues. En la tradición judeocristiana el agua es un torrente purificatorio que lava a la carne humana del pecado y de la muerte. Podríamos seguir hasta el fin. Desde las tradiciones más remotas hasta las próximas, el agua ha sido para la experiencia de los hombres un elemento misterioso, mágico, oracular.

En una propuesta literaria original y provocadora, Javier Freixas recupera la densidad simbólica del agua. Ausculta su voz. Desmiente su lugar de elemento mudo. Se trata de la novela La voz del agua, publicada el año pasado, que aborda, desde los márgenes remotos del género policial, las significaciones simbólicas del elemento cósmico más abundante y antiguo, desde una perspectiva filosófica sutil e inquietante.

Novela de largo aliento (más de cuatrocientas páginas de apretada densidad conceptual y descriptiva) que desanda el formato de policial para inscribirse como una saga de genealogía existencialista. Policial “falso”, trunco o ilusorio, porque el género se insinúa como una amague que no cierra. Arranca con la intriga en torno al crimen de un juez en un contexto que tiene todos los ingredientes, pero abandona en su tercera parte el juego de indagatorias y deriva hacia un horizonte reflexivo en torno del vínculo entre Milena, uno de los personajes del drama, y el agua del mar, en la que finalmente perecerá.

La novela descoloca al lector. Con un juego engañoso y deliberado lo interna desde el principio en el laberinto de algunas convenciones del género, para llevarlo imperceptiblemente hacia las aguas profundas del pensamiento filosófico y de la hermenéutica de los símbolos.

La voz del agua no es entonces una novela policial, en sentido clásico. Es un relato sobre la condición humana, sobre la incertidumbre y la perplejidad de la existencia en el tiempo.

No es un relato de tránsito confortable. Hay una oscura morosidad que desconcierta, incomoda, interpela, pregunta, e invita a ser parte del movimiento reflexivo que lo constituye.

¿Qué significa entonces el agua y cual es su voz?
Como todos los símbolos, el agua no tiene en el texto una significación unívoca, sino que más bien representa una constelación de posibilidades de sentido que el lector deberá explorar, componer, conjeturar y poner a prueba.

El agua, el elemento más masivo y envolvente de nuestro mundo, tiene una voz, es el sujeto de un habla que atesora una reserva de significaciones vinculadas a la experiencia humana del tiempo. Teje una marejada de fonemas que la inscriben en la densidad del lenguaje humano. La pertenencia al orden de lo inanimado no le exime de voz y de palabra.
No el agua mansa que rueda por el ánfora, sino aquella salvaje, sólida y escabrosa de los mares indomables, cuyas cumbres intenta escalar Milena.

En esta novela el agua no representa necesariamente el origen, como lo pensaban los antiguos; tampoco parece representar el destino o la muerte, como la sugieren ciertas escatologías, vinculadas al cruce de ríos ultramundanos como el Aqueronte. Antes y más allá del origen, después y más acá de los ríos destinales, el agua es aquella posibilidad de perdernos y de reencontrarnos, y de volvernos a perder, y esta vez no poder ya reencontrarnos, como le sucede a Milena quien, después de ser rescatada, se entrega de nuevo y para siempre al abrazo del mar que la llama.

Porque el agua es una llamada. Una acústica de voces, que vuelven del pasado y de la muerte, “voces que nunca había sentido, de otros cuerpos que yacen en el fondo”. El agua es el trabajo de la memoria y la impiedad del olvido, “hasta que la memoria insistidora no sea sino parte del agua vieja del olvido”, sonoridad liquida que le habla a la intimidad de quien se entrega como a un oráculo.
El agua es también el fin de todas las preguntas, la fuente de la que mana toda significación, porque en sus entrañas resuenan “los ecos de los antiguos estallidos que asolaron alguna vez la superficie de la tierra y que perduran en el centro del océano infinito”.

La novela de Javier Freixas nos presenta, a través de una de las metáforas más antiguas, el espejo que refleja el misterio que nos rodea: el misterio del tiempo, el tiempo humano; ese que se pierde y se recobra como el cuerpo de Milena.  
Más que recomendable, La voz del agua es una lectura inevitable y fatal.

L. C. 

lunes, 20 de mayo de 2019

Reinventar el tiempo para un acuerdo ciudadano

En la mañana del sábado, Cristina sorprendió a propios y extraños con la noticia de una fórmula presidencial inesperada. ¿Qué es lo que cambia en el escenario electoral de este 2019?






Como en una novela de intrigas, la historia tiene a veces giros que llevan su curso en una dirección impensada. Irrupciones que desrealizan el tiempo y reconfiguran el horizonte de posibilidades.
En la mañana del sábado nos desayunábamos en la Argentina con una noticia que pondría en blanco todas las pantallas.
¿Qué es lo que ha cambiado, entonces, después de este giro, este golpe de timón que sacude el barco?
Me permito suponer que hay dos cosas que se avizoran en este horizonte reciente: se abre un nuevo tiempo político y se configura un nuevo sujeto.
Tiempo político. Hay en esta hora en ciernes una osada reinvención del tiempo. Los tiempos del kirchnerismo llegaban exhaustos, con el aliento de la catástrofe ajena que desnudaba el lado más perverso de las políticas neoliberales, y con un corralito judicial que hacía de la reina una pieza inmóvil. El peronismo de frontera no encontraba candidato ni discurso para seducir a una ciudadanía dividida entre la nostalgia y la repulsión de la nostalgia. El marcrismo jadeaba los últimos estertores por llegar a un octubre amarillo sin que se le viera la lengua afuera. Y ahora ¿qué? Ahora hay que empezar de nuevo. Ya nadie representa lo mismo. Porque lo que ha cambiado es el tiempo, el tiempo político. Se abre paso una nueva temporalidad, con sus posibilidades e imposibilidades, que ahora hay que explorar y repensar. Ha cambiado el pasado. Ha cambiado el presente y ha cambiado el insondable porvenir.
El pasado, porque ya no está más la tierra prometida de un regreso a lo que fueron los buenos tiempos de bienestar y de construcción igualitaria de la cosa publica. Lo dijeron otros: no hay adonde volver. Hay en todo caso un desierto que cruzar, y el terreno incierto de lo impredecible.
El presente, porque se ha dado vuelta el tablero y todas las fichas se descubren volteadas y, entonces, buscan con desesperacion ganar posiciones en un desconcertante escenario. El gobierno queda repitiendo un discurso circular que ya no dice nada, sin acusar recibo de un rey en jaque. El ala radical, se pregunta ahora -se debe preguntar, incansablemente se debe preguntar cada noche en la hora del silencio- hasta cuando va a ser furgón de cola de un convoy que va directo al precipito, mientras otra locomotora arranca con enganche para todos los vagones que puedan y quieran sumar. El peronismo empieza a preguntarse quién es quien en este nuevo juego que a todos desconcierta.
El futuro. No hay tierra prometida. Lo que hay es pura posibilidad. La posibilidad de construir un acuerdo ciudadano que represente un espacio inédito, con lugares para todas y todos, o casi todas y casi todos, ya que siempre habrá alguien que prefiere quedar en el anden, porque ese tren está demasiado inclinado a la izquierda, para algunos; demasiado a la derecha, para otros; pero que en cualquier caso se muestra inestable.
Pero, además del tiempo, ha cambiado también el espacio, el espacio político. La grieta del muro se ha desplazado viboreando entre los pliegues del revoque, hasta dejar, a uno y otro lado de su raja, rostros impávidos que no se pensaban a sí mismos en esas coordenadas. Ahora se configura un nuevo mapa y todavía no han llegado los cartógrafos. Hay que relevar el terreno. Los accidentes orográficos han cambiado y se han perdido las consabidas referencias.
El periodismo contencioso se ha quedado bombardeando un blanco que ya no existe. El gobierno apela a viejos clichés para salir de paso. El sindicalismo aguarda con una dosis mayor de confianza que los signos sean mas claros. El peronismo de frontera se debate entre sus viejas escaramuzas y una llamada que no acierta a descifrar.
Porque en un escenario de rancias alternativas se ha abierto el horizonte de lo nuevo e impredecible. Lo nuevo, porque nadie sabe, nadie puede saber, a qué van a jugar las piezas que han hecho el enroque. Algunos, desde una indeclinable pero intencionada, artera voluntad de sospecha, creen sabérselas a todas y ya salen a decir que el juego sigue siendo el mismo. Campora y Perón. Vamos, seamos creativos al menos. Otros, mas astutos, aguardan desde una prudente voluntad de escucha, auscultar las nuevas voces que murmuran entre sí. Pero todos saben que lo jugado hasta aquí va a tener nulos efectos en los tiempos venideros. Millones de megabytes ocupados por exhaustivas encuestas, han pasado a ser en un solo minuto, información del siglo diecinueve.
¿Qué es lo nuevo en este tiempo político que se abre? Lo nuevo es acaso algo poco menos que intangible, pero que promete ser efectivo; la posibilidad de construir un sujeto político diferente, impensado en las condiciones anteriores. Un sujeto más amplio, más elástico, democrático, cercano al sentimiento de las grandes mayorías. Pero también más incómodo, porque está llamado a albergar lo diferente. Un sujeto político que se nutra de lo distinto y al mismo tiempo que reafirme las identidades. Una subjetividad en construcción, abierta, imperfecta, precaria, vulnerable, pero así mismo capaz de la victoria y capaz de abrir camino para la reconstrucción de un estado y de una sociedad, minados en sus bases simbólicas y materiales. No va a ser fácil. Hace falta la sabiduría de lo diverso y la prudencia aglutinante de la experiencia.

Un nuevo tiempo y un nuevo sujeto político. Para empezar.



L. C.

domingo, 28 de abril de 2019

Diez años de El Cuaderno de Asterión


     El 22 de abril se han cumplido diez años de vigencia en la web de El cuaderno de Asterión. Una breve reflexión sobre el blog como instrumento de edición literaria.



     Sin pensarlo, con una casi impune falta de conciencia, este mes se han cumplido diez años de vigencia en la web de este blog, que lleva el borgeano y no menos pomposo nombre de El cuaderno de Asterión. Olvidable, pero obstinado, hay que reconocerlo. Exactamente el 22 de abril del año 2009, abría la página con un artículo sobre “Testimonio y profecía en la escritura de Rodolfo Walsh”.
    En ese entonces había toda una ola de publicaciones literarias en blog, a la que yo me había subido. Hasta José Saramago tenía su bitácora. Se descubría como una forma de autoedición independiente, rápida y, sobre todo, económica.
     ¿Diez años ha sido mucho tiempo? Más de lo que hubiese merecido un rejunte de escrituras cuyo único mérito era la inmediatez del olvido, seguro. Me pregunto, sin embargo, ¿cuántos bloggers han podido sostener su presencia en la web, durante un lapso de tiempo similar? Quizás muchos más de los que supongo, aunque no por eso dejen de ser relevantes estos años de discreta presencia.
     En un momento –lo reconozco– he pensado en cerrarlo, por darme cuenta de que publicaba menos sobre temas literarios sentido y fin de su existencia–que sobre actualidad política. Llegaría en un momento determinado a ser una columna de opinión o, peor aún, una tribuna política de barricada.
     Sin embargo, justamente por el tiempo transcurrido, me parecía también un despropósito interrumpir su serie. Un haber intangible, pesaba en la bitácora. Y entonces me he llamado a publicar de manera cada vez más discontinua y eventual, pero siempre publicar.
     Tengo que reconocer que la escritura en blog me ha revelado un conjunto de aprendizajes que no hubieran sido posibles en otro contexto. A medio camino entre literatura y periodismo, aprendí entre otras cosas, que los temas de un blog concitan interés en la medida que se escribe y se publica al calor de los acontecimientos. Para lo cual, más que talento, lo que hay que tener es oficio, que por fortuna se adquiere.
     Repaso las entradas que más visitas han tenido, según las estadísticas de google.
     Me reconforta que en primer lugar se ubique un artículo titulado "Santucho, Gombrowicz y la Librería Dimensión", fechado el 3 de agosto de 2018, el mismo día del fallecimiento de Gilda Roldán de Santucho y que resulta un sincero homenaje a la histórica librería y a la labor cultural de Francisco René Santucho, de quien, por fortuna, ya se habían publicado sus “Obras”. 
     En segundo lugar se ubica “Las torres del Juan Felipe Ibarra y las políticas de deshistorización en Santiago del Estero”, de mucha actualidad en su momento ya que se publicaría el 24 de agosto de 2014, el mismo día de la inauguración de las torres homónimas, con repercusiones y polémicas interesantes.
     El tercer lugar ha sido una verdadera sorpresa para mí. El texto publicado el 13 de mayo de 2010, lleva el título de “Samuel Beckett: a punto de significar algo. Final de Partida en la UCSE” y no pretendía ser otra cosa que una sencilla reseña sobre la puesta en escena de esta inolvidable obra, por parte del grupo de teatro independiente Mareaje, muy buena, por cierto, que mereció mis mayores elogios. Atribuyo a la seducción del enunciado beckettiano en el título, el aluvión de visitas colectado.
     Hoy por hoy es probable haya pasado ya la hora de los bloggers, reemplazados en parte por redes sociales que tienen una dinámica más vertiginosa. Sin embargo, para mí y para muchos otros bloggeros, supongo, ha sido un importante espacio de edición, sobre todo si se tiene en cuenta que, en sus inicios yo, como tantos otros, no tenía publicado ningún libro, y este podría considerarse el primero.
     Cuánto tiempo más estará en línea, no lo puedo saber. Será hasta que deje de cumplir una función editorial relevante o hasta que lo resista, entre el flujo de redes que se desplazan con mayor voracidad.

     Agradezco a todas las personas que a lo largo de estos diez años, han pisado alguna vez la tierra de este patio.


L. C. 

miércoles, 2 de enero de 2019

El nihilismo del primero de enero


El primero de enero es el día más nihilista del año. Pura nada. Sus horas están impreg-nadas de sin sentido, como globos incoloros que pasan por el cielo, sin aire, sin helio, sin nada. Una diáspora, un hueco de tiempo que nunca se llena, indescriptible perforación del almanaque, punto negro de una galaxia que se ha paralizado por un instante infinito, que nadie sabe cuanto va a durar, pero que sin duda sabemos o esperamos que de un momento a otro arranque sus engranajes.

En las calles: nada. Ni personas, ni automóviles, ni bicicletas. A lo mejor algún transeúnte distraído, que ha tenido la necesidad impostergable de salir de su casa, vaya a saber a qué. Comercios, nada. Vidrieras cubiertas de cortinas y luces apagadas. Bares y cafés para esquivarle al tiempo, cerrados, hasta avanzada la noche. El sol a pique pulveriza cualquier presencia que amenace el orden del no-ser. Hasta la comida de hoy es nada, apenas el requecho del último suspiro de un año que ha finalizado con una abundancia insolente, provocadora para la pobreza del resto de los días. El Año Nuevo ha llegado hace ya varias horas, pero su presencia ha sido mas bien puro protocolo, un choque de copas o la detonación fuegos que trazan su ferocidad por los aires. El año de carne y hueso, el que dictará su rigor el resto de los días, todavía está ausente y por unos días será solo una pagina de almanaque o una pantalla de calendario.

¿Qué hacemos los individuos de la especie humana de calendario gregoriano en el día más nihilista del año? ¿Qué más podemos hacer? Nada. ¿Qué es hacer nada? Hacer nada es “nadar” en el vacío. ¿En qué vacío? Ahí, en ese vacío de tiempo que queda entre un año que se ha ido con sus balances y sus culpas, y el otro que no llega, que manda sus emisarios para hacernos creer que el tiempo no es una ilusión. Nadar en el vacío, ese vacío que queda en nuestros cuerpos y en nuestras almas, después de las copas y la música y cenas opulentas y abrazos y temblores y todo el exceso de una noche que promete aniquilamiento y una resurrección del ser que nunca llega. Hacer nada es abandonarnos al sueño que gravita como un elefante echado sobre sábanas transpiradas, es abandonarnos a los efectos de algún antiácido que solo logra perturbar nuestra paciencia; el televisor en cualquier señal que discurre su monólogo sin audiencia; el teléfono empastillado de olvidos; la computadora inerte como una piedra de los valles de altura.

Me pregunto entonces, ¿es posible escribir en el día más nihilista del año? Es solo cuestión de intentarlo. ¿Qué es lo que puede uno escribir el día más nihilista del año? ¿Qué más puede ser? Nada. Escribir nada en el día más nihilista del año es embarcarnos en la paradoja de conjugar palabras que nunca lleguen “al punto de significar algo”, a lo Samuel Beckett.

Escribir por ejemplo “el primero de enero es el día más nihilista del año”. Nada.

Quizás mañana nos subamos de nuevo a la calesita del tiempo y todo vuelva de nuevo a ser posible. O no.


L. C.