domingo, 21 de junio de 2009

TODAS LAS HOJAS SON DEL VIENTO: FRANZ KAFKA, CARTA AL PADRE (Fragmento)


En el día del padre, un texto memorable


"Tienes también un modo particularmente bello y poco frecuente de sonreír, tranquilo, apacible y afable, capaz de hacer por entero feliz a aquel que lo recibe. No puedo recordar si durante mi infancia tu sonrisa me fue dedicada especialmente alguna vez, pero sin duda ha debido ser así, ya que no puede admitirse que me la hayas negado entonces, cuando aún te parecía inocente, cuando era todavía tu gran esperanza. Por mi parte, tampoco estas impresiones cordiales han tenido a la larga otro efecto que el de aumentar mi sentimiento de culpa, haciendo que el mundo me fuera más incomprensible aún.”

sábado, 13 de junio de 2009

CONVERSACIONES INTEMPESTIVAS: BORGES, EL ENGRANAJE DEL ALEPH





En el día del escritor,
en el  día previo al aniversario de su fallecimiento, 
un homenaje.






"...vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y vi mis vísceras, vi tu cara y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres y que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo."

J. L. Borges, El Aleph.




He pensado algunas veces que este pasaje es uno de los textos más arrolladores escritos en nuestro idioma. A lo mejor porque lo dice todo y a la vez no dice nada, o casi nada. Porque se enrosca en ese bucle del lenguaje en que lo indecible asoma y se muestra sin ser dicho. Una enumeración absurda, que pretende abarcar la totalidad de lo visible y a la vez revela la torpeza del lenguaje para enunciar esa totalidad en cada uno de sus momentos. Nos expone al disloque entre lo visible y lo inefable, entre la experiencia y la imposibilidad del concepto. O al revés: la palabra caida, el vacío semántico, el dicho que, como un espejo frente a otro, multiplica la no-visión. 

Nos asiste la emoción y el vértigo, porque está escrito con la emoción y el vértigo de un iniciado en el rito de la luz y las tinieblas. La emoción de un ciego que sueña con verlo todo y que sólo le queda la memoria minuciosa, testigo irónico de una fatalidad. El vértigo, por lo que representa el sólo pensar en esa visión imposible. 

Lo mágico, lo absurdo, lo genial está inscripto en la referencia, muy de paso en la vorágine, al sorprendido lector, que precipitadamente se descubre evocado por las palabras de Borges (vi tu cara...) y que reproduce hasta el infinito la referencialidad del texto.

No puedo dejar de pensar (y de soñar) que el Aleph existe y que, si lo miramos,  descubriríamos en él a aquel viejo poeta mientras escribe ese mismo texto y nos dice que nos mira a través del Aleph. Porque Borges ha soñado la puerta para quedarse con nosotros para siempre. Borges nos mira a través del Aleph y a través del Aleph, nosotros podemos descubrir a Borges. Yo creo que el Aleph existe, sin ninguna ironía. Solo hay que verlo en esos escondites secretos que nunca miramos.

Puede sorprendernos en un sótano, como en el cuento. Pero también en la belleza de un poniente, en una mirada, en el engranaje del amor, en la pasión del arte, o en la profundidad del silencio que sobreviene después de los ecos de la música.

Porque Borges nos muestra una experiencia de totalidad que hemos perdido en la fragmentación de lo cotidiano.
Porque hemos perdido el pulso del asombro.
Porque hemos olvidado el arte de des-cubrir aquellas visiones extraordinarias recubiertas con el oscuro manto de una vida llana y gris, que se desplaza vertiginosamente hacia delante buscando su propia consumación.
En suma, porque nos hemos acostumbrado a vivir sin poesía.


No puedo menos que convocarte, Borges, porque tus palabras me arrebatan de este lugar maldito en que la vida me planta precipitadamente y sin preguntarme, tus palabras me permiten reconstruir el universo desde el fracaso, reencontrarme con la belleza desde el desconcierto y la incertidumbre, incursionar el asombro como un pantano, extraviarme y descubrirme una y otra vez en ese laberinto de espejos que sólo desde el crepúsculo de tus ojos podías soñar y escribir, y hacernos soñar como un oscuro Dios que ha perdido el juicio.

Estás muerto, pero no has podido abandonar esa obsesión de escribir nuestros sueños. Somos tus palabras.

Y somos también el ciego y oscuro silencio de tus ojos inmortales, el engranaje del amor que te arrebata.