lunes, 20 de mayo de 2019

Reinventar el tiempo para un acuerdo ciudadano

En la mañana del sábado, Cristina sorprendió a propios y extraños con la noticia de una fórmula presidencial inesperada. ¿Qué es lo que cambia en el escenario electoral de este 2019?






Como en una novela de intrigas, la historia tiene a veces giros que llevan su curso en una dirección impensada. Irrupciones que desrealizan el tiempo y reconfiguran el horizonte de posibilidades.
En la mañana del sábado nos desayunábamos en la Argentina con una noticia que pondría en blanco todas las pantallas.
¿Qué es lo que ha cambiado, entonces, después de este giro, este golpe de timón que sacude el barco?
Me permito suponer que hay dos cosas que se avizoran en este horizonte reciente: se abre un nuevo tiempo político y se configura un nuevo sujeto.
Tiempo político. Hay en esta hora en ciernes una osada reinvención del tiempo. Los tiempos del kirchnerismo llegaban exhaustos, con el aliento de la catástrofe ajena que desnudaba el lado más perverso de las políticas neoliberales, y con un corralito judicial que hacía de la reina una pieza inmóvil. El peronismo de frontera no encontraba candidato ni discurso para seducir a una ciudadanía dividida entre la nostalgia y la repulsión de la nostalgia. El marcrismo jadeaba los últimos estertores por llegar a un octubre amarillo sin que se le viera la lengua afuera. Y ahora ¿qué? Ahora hay que empezar de nuevo. Ya nadie representa lo mismo. Porque lo que ha cambiado es el tiempo, el tiempo político. Se abre paso una nueva temporalidad, con sus posibilidades e imposibilidades, que ahora hay que explorar y repensar. Ha cambiado el pasado. Ha cambiado el presente y ha cambiado el insondable porvenir.
El pasado, porque ya no está más la tierra prometida de un regreso a lo que fueron los buenos tiempos de bienestar y de construcción igualitaria de la cosa publica. Lo dijeron otros: no hay adonde volver. Hay en todo caso un desierto que cruzar, y el terreno incierto de lo impredecible.
El presente, porque se ha dado vuelta el tablero y todas las fichas se descubren volteadas y, entonces, buscan con desesperacion ganar posiciones en un desconcertante escenario. El gobierno queda repitiendo un discurso circular que ya no dice nada, sin acusar recibo de un rey en jaque. El ala radical, se pregunta ahora -se debe preguntar, incansablemente se debe preguntar cada noche en la hora del silencio- hasta cuando va a ser furgón de cola de un convoy que va directo al precipito, mientras otra locomotora arranca con enganche para todos los vagones que puedan y quieran sumar. El peronismo empieza a preguntarse quién es quien en este nuevo juego que a todos desconcierta.
El futuro. No hay tierra prometida. Lo que hay es pura posibilidad. La posibilidad de construir un acuerdo ciudadano que represente un espacio inédito, con lugares para todas y todos, o casi todas y casi todos, ya que siempre habrá alguien que prefiere quedar en el anden, porque ese tren está demasiado inclinado a la izquierda, para algunos; demasiado a la derecha, para otros; pero que en cualquier caso se muestra inestable.
Pero, además del tiempo, ha cambiado también el espacio, el espacio político. La grieta del muro se ha desplazado viboreando entre los pliegues del revoque, hasta dejar, a uno y otro lado de su raja, rostros impávidos que no se pensaban a sí mismos en esas coordenadas. Ahora se configura un nuevo mapa y todavía no han llegado los cartógrafos. Hay que relevar el terreno. Los accidentes orográficos han cambiado y se han perdido las consabidas referencias.
El periodismo contencioso se ha quedado bombardeando un blanco que ya no existe. El gobierno apela a viejos clichés para salir de paso. El sindicalismo aguarda con una dosis mayor de confianza que los signos sean mas claros. El peronismo de frontera se debate entre sus viejas escaramuzas y una llamada que no acierta a descifrar.
Porque en un escenario de rancias alternativas se ha abierto el horizonte de lo nuevo e impredecible. Lo nuevo, porque nadie sabe, nadie puede saber, a qué van a jugar las piezas que han hecho el enroque. Algunos, desde una indeclinable pero intencionada, artera voluntad de sospecha, creen sabérselas a todas y ya salen a decir que el juego sigue siendo el mismo. Campora y Perón. Vamos, seamos creativos al menos. Otros, mas astutos, aguardan desde una prudente voluntad de escucha, auscultar las nuevas voces que murmuran entre sí. Pero todos saben que lo jugado hasta aquí va a tener nulos efectos en los tiempos venideros. Millones de megabytes ocupados por exhaustivas encuestas, han pasado a ser en un solo minuto, información del siglo diecinueve.
¿Qué es lo nuevo en este tiempo político que se abre? Lo nuevo es acaso algo poco menos que intangible, pero que promete ser efectivo; la posibilidad de construir un sujeto político diferente, impensado en las condiciones anteriores. Un sujeto más amplio, más elástico, democrático, cercano al sentimiento de las grandes mayorías. Pero también más incómodo, porque está llamado a albergar lo diferente. Un sujeto político que se nutra de lo distinto y al mismo tiempo que reafirme las identidades. Una subjetividad en construcción, abierta, imperfecta, precaria, vulnerable, pero así mismo capaz de la victoria y capaz de abrir camino para la reconstrucción de un estado y de una sociedad, minados en sus bases simbólicas y materiales. No va a ser fácil. Hace falta la sabiduría de lo diverso y la prudencia aglutinante de la experiencia.

Un nuevo tiempo y un nuevo sujeto político. Para empezar.



L. C.