sábado, 30 de abril de 2011

ERNESTO SÁBATO: EN EL FONDO DE “EL TÚNEL”




Sábato ha muerto hoy. No voy a decir que estoy apenado. No voy a hablar de su grandeza, ni de su valentía, ni de su condición de hombre justo. No voy a referirme a su compromiso con los derechos humanos, ni abrir juicios éticos. En este momento hay demasiadas plumas escribiendo sobre esas cosas. Prefiero evitar esos lugares. Prefiero preguntarme ¿qué nos ha dejado en su largo camino de un siglo de vida en esta tierra?

He conocido a Sábato en aquellos vulnerables años de adolescencia. El azar o las secretas leyes que rigen esta trama –¡con su permiso, Borges!- , ha puesto su libro “Sobre Héroes y tumbas” entre mis manos vacilantes. El libro venía viajando desde el fondo de la historia, había estado de paso en la biblioteca de mi padre y un día me sorprende con su volumen y su textura entre mis manos. No sabía, no podía saber, quién era Sábato, ni sobre qué cosas escribía. Ingenuamente, me ha cautivado la gráfica de la portada, una escultura de un dios, o algo parecido, en una superficie de arena. El contacto de mis manos con ese libro me llenaba de una extraña energía, como si viniera de otro mundo. No podía no leer. El libro mandaba.

En ese entonces yo no era aun lo que se dice un lector, y menos sospechaba que estaba a punto de comenzar a serlo. Porque después de abrir esas páginas, no he vuelto a cerrarlas hasta hoy. Sábato me ha llevado a un territorio del que ya no se puede volver. Onírico, tenebroso, a la vez que insospechadamente bello y deslumbrante. Lo he leído sin interrupciones en noches interminables en que las madrugadas me sorprendían con el velador prendido y el alma convulsionada. Fernando Vidal Olmos, Martín, Alejandra, han llegado a ser personajes de carne y hueso que me visitaban a mi alcoba. Y en los que reconocía con extremo pavor los conflictos de ese abismo que significa la vida adolescente, que angustiosamente atravesaba.

Ese libro ha cambiado la textura biográfica de mis días. A veces pienso que si no hubiese llegado a mis manos, mi historia –y la de otros como yo- hubiese sido diferente, inexorablemente, y acaso no estaría escribiendo hoy estas líneas, acaso estaría mirando la vida desde otro lugar.

Porque después he ido tras los rastros de “El Túnel”. Otra vez la experiencia de someterme al señorío del texto, leído en un solo aliento. Yo leía, Sábato mandaba. Otra vez la experiencia de mirar con asombro y pavor el fondo cenagoso del alma juvenil. Esa experiencia ha significado un despertar, una gran conmoción ante el misterio de la existencia.

A partir de entonces he seguido leyendo el resto de sus libros, Abadón, y los ensayos, especialmente El escritor y sus fantasmas. Y he mantenido una fidelidad incondicional de lector sumiso.

El contacto con Sábato me ha arrastrado al reino de la mejor literatura. Dostoievski, Kafka, Camus, Roberto Arlt, y toda la narrativa del siglo XX. Ellos estaban esperando detrás de la contratapa y cada uno ha tenido su momento para abrir de par en par sus mejores páginas.

Al cabo de los años, con el corsé de una desprolija formación literaria, he sospechado contradicciones y ambigüedades, algunas limitaciones y faltas de estilo, en su obra y aun más en su persona, que convivía con el personaje. He empezado a sospechar que Sábato era demasiado para Sábato.

¿Pero cómo olvidar las puertas abiertas por el autor de esos libros que habían llegado hasta mi, como venidos del infierno en que yo mismo me hundía? ¿Cómo dejar atrás la intensidad vivida en esos desvelos en que la lectura me sumía en un trance hipnótico? ¿Cómo alejarme de quien me había enseñado los arcanos de la existencia en un lenguaje descarnado y brutal?

Entonces, me he dado a pensar que el autor de “Sobre héroes y tumbas” merece ciertas consideraciones, que no siempre le han sido dadas. Sus textos no son para cualquiera ni para cualquier momento. Construyen un lector que necesariamente debe estar en situación de ruptura, convocan a un lector quebrado, irresuelto, víctima de su propio abismo. Son historias que llaman desde la tempestad, desde la desesperación, o desde la angustia por la finitud y la desolación de una vida hecha de posibles no realizados, y de consumaciones indeseadas. Buscan un lector incompleto, desorientado, entrampado en sus contradicciones y perplejidades.

Vuelvo. ¿Qué nos ha dejado Ernesto Sábato en su largo camino en esta tierra? Con sus palabras estaríamos tentados a decir que nos ha dejado sus pesadillas. Pero preferiría pensar que nos ha entregado un juego de tramas espejadas, en donde reconocernos como seres mortales, expuestos al fracaso, a la desesperación, a la caída. Nos ha dejado historias en las que podemos explorar las regiones más áridas, aunque no menos constitutivas de nosotros mismos. Pero también nos ha dejado un fugaz resplandor en esa oscuridad. En el final del abismo hay un “ojo fosforescente” en pugna con las tinieblas. Nos ha enseñado que en el fondo del túnel conviven El dragón y la princesa.