miércoles, 26 de junio de 2019

El salvaje llamado de las aguas. A propósito de la novela de Javier Freixas



La novela La voz del agua de Javier Freixas se insinúa como un policial fuera del canon que deriva hacia cuestiones filosóficas originales. La voz del agua, Javier Freixas, Autoría, 2018.






En un pasaje de La Ilíada se menciona que el océano es el origen de los dioses. Tales de Mileto dejaría escrito que el agua es el principio (arjé), de todas las cosas. Heráclito, el Efesio de las sombras, instalaría la metáfora del río, que Borges reinventara dos siglos y medio despues. En la tradición judeocristiana el agua es un torrente purificatorio que lava a la carne humana del pecado y de la muerte. Podríamos seguir hasta el fin. Desde las tradiciones más remotas hasta las próximas, el agua ha sido para la experiencia de los hombres un elemento misterioso, mágico, oracular.

En una propuesta literaria original y provocadora, Javier Freixas recupera la densidad simbólica del agua. Ausculta su voz. Desmiente su lugar de elemento mudo. Se trata de la novela La voz del agua, publicada el año pasado, que aborda, desde los márgenes remotos del género policial, las significaciones simbólicas del elemento cósmico más abundante y antiguo, desde una perspectiva filosófica sutil e inquietante.

Novela de largo aliento (más de cuatrocientas páginas de apretada densidad conceptual y descriptiva) que desanda el formato de policial para inscribirse como una saga de genealogía existencialista. Policial “falso”, trunco o ilusorio, porque el género se insinúa como una amague que no cierra. Arranca con la intriga en torno al crimen de un juez en un contexto que tiene todos los ingredientes, pero abandona en su tercera parte el juego de indagatorias y deriva hacia un horizonte reflexivo en torno del vínculo entre Milena, uno de los personajes del drama, y el agua del mar, en la que finalmente perecerá.

La novela descoloca al lector. Con un juego engañoso y deliberado lo interna desde el principio en el laberinto de algunas convenciones del género, para llevarlo imperceptiblemente hacia las aguas profundas del pensamiento filosófico y de la hermenéutica de los símbolos.

La voz del agua no es entonces una novela policial, en sentido clásico. Es un relato sobre la condición humana, sobre la incertidumbre y la perplejidad de la existencia en el tiempo.

No es un relato de tránsito confortable. Hay una oscura morosidad que desconcierta, incomoda, interpela, pregunta, e invita a ser parte del movimiento reflexivo que lo constituye.

¿Qué significa entonces el agua y cual es su voz?
Como todos los símbolos, el agua no tiene en el texto una significación unívoca, sino que más bien representa una constelación de posibilidades de sentido que el lector deberá explorar, componer, conjeturar y poner a prueba.

El agua, el elemento más masivo y envolvente de nuestro mundo, tiene una voz, es el sujeto de un habla que atesora una reserva de significaciones vinculadas a la experiencia humana del tiempo. Teje una marejada de fonemas que la inscriben en la densidad del lenguaje humano. La pertenencia al orden de lo inanimado no le exime de voz y de palabra.
No el agua mansa que rueda por el ánfora, sino aquella salvaje, sólida y escabrosa de los mares indomables, cuyas cumbres intenta escalar Milena.

En esta novela el agua no representa necesariamente el origen, como lo pensaban los antiguos; tampoco parece representar el destino o la muerte, como la sugieren ciertas escatologías, vinculadas al cruce de ríos ultramundanos como el Aqueronte. Antes y más allá del origen, después y más acá de los ríos destinales, el agua es aquella posibilidad de perdernos y de reencontrarnos, y de volvernos a perder, y esta vez no poder ya reencontrarnos, como le sucede a Milena quien, después de ser rescatada, se entrega de nuevo y para siempre al abrazo del mar que la llama.

Porque el agua es una llamada. Una acústica de voces, que vuelven del pasado y de la muerte, “voces que nunca había sentido, de otros cuerpos que yacen en el fondo”. El agua es el trabajo de la memoria y la impiedad del olvido, “hasta que la memoria insistidora no sea sino parte del agua vieja del olvido”, sonoridad liquida que le habla a la intimidad de quien se entrega como a un oráculo.
El agua es también el fin de todas las preguntas, la fuente de la que mana toda significación, porque en sus entrañas resuenan “los ecos de los antiguos estallidos que asolaron alguna vez la superficie de la tierra y que perduran en el centro del océano infinito”.

La novela de Javier Freixas nos presenta, a través de una de las metáforas más antiguas, el espejo que refleja el misterio que nos rodea: el misterio del tiempo, el tiempo humano; ese que se pierde y se recobra como el cuerpo de Milena.  
Más que recomendable, La voz del agua es una lectura inevitable y fatal.

L. C. 

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