La novela La voz del agua de Javier Freixas se
insinúa como un policial fuera del canon que deriva hacia cuestiones filosóficas
originales. La
voz del agua, Javier Freixas, Autoría, 2018.
En un pasaje de La Ilíada se menciona que el océano es el origen de los dioses. Tales
de Mileto dejaría escrito que el agua es el principio (arjé), de todas las cosas. Heráclito, el Efesio de las sombras, instalaría
la metáfora del río, que Borges reinventara dos siglos y medio despues. En la
tradición judeocristiana el agua es un torrente purificatorio que lava a la
carne humana del pecado y de la muerte. Podríamos seguir hasta el fin. Desde
las tradiciones más remotas hasta las próximas, el agua ha sido para la
experiencia de los hombres un elemento misterioso, mágico, oracular.
En una propuesta literaria original y
provocadora, Javier Freixas recupera la densidad simbólica del agua. Ausculta su voz. Desmiente su lugar de elemento mudo. Se trata de la novela La voz del agua, publicada el año pasado,
que aborda, desde los márgenes remotos del género policial, las significaciones
simbólicas del elemento cósmico más abundante y antiguo, desde una perspectiva
filosófica sutil e inquietante.
Novela de largo aliento (más de cuatrocientas
páginas de apretada densidad conceptual y descriptiva) que desanda el formato
de policial para inscribirse como una saga de genealogía existencialista. Policial
“falso”, trunco o ilusorio, porque el género se insinúa como una amague que no
cierra. Arranca con la intriga en torno al crimen de un juez en un contexto que
tiene todos los ingredientes, pero abandona en su tercera parte el juego de
indagatorias y deriva hacia un horizonte reflexivo en torno del vínculo entre
Milena, uno de los personajes del drama, y el agua del mar, en la que
finalmente perecerá.
La novela descoloca al lector. Con un
juego engañoso y deliberado lo interna desde el principio en el laberinto de
algunas convenciones del género, para llevarlo imperceptiblemente hacia las
aguas profundas del pensamiento filosófico y de la hermenéutica de los
símbolos.
La voz del agua no es entonces una novela policial, en sentido clásico. Es un relato sobre la condición humana, sobre la incertidumbre y la perplejidad de la existencia en el tiempo.
No es un relato de tránsito confortable.
Hay una oscura morosidad que desconcierta, incomoda, interpela, pregunta, e
invita a ser parte del movimiento reflexivo que lo constituye.
¿Qué significa entonces el agua y cual
es su voz?
Como todos los símbolos, el agua no
tiene en el texto una significación unívoca, sino que más bien representa una
constelación de posibilidades de sentido que el lector deberá explorar,
componer, conjeturar y poner a prueba.
El agua, el elemento más masivo y
envolvente de nuestro mundo, tiene una voz, es el sujeto de un habla que
atesora una reserva de significaciones vinculadas a la experiencia humana del
tiempo. Teje una marejada de fonemas que la inscriben en la densidad del
lenguaje humano. La pertenencia al orden de lo inanimado no le exime de voz y
de palabra.
No el agua mansa que rueda por el
ánfora, sino aquella salvaje, sólida y escabrosa de los mares indomables, cuyas
cumbres intenta escalar Milena.
En esta novela el agua no representa necesariamente
el origen, como lo pensaban los antiguos; tampoco parece representar el destino
o la muerte, como la sugieren ciertas escatologías, vinculadas al cruce de ríos
ultramundanos como el Aqueronte. Antes y más allá del origen, después y más acá
de los ríos destinales, el agua es aquella posibilidad de perdernos y de
reencontrarnos, y de volvernos a perder, y esta vez no poder ya reencontrarnos,
como le sucede a Milena quien, después de ser rescatada, se entrega de nuevo y
para siempre al abrazo del mar que la llama.
Porque el agua es una llamada. Una
acústica de voces, que vuelven del pasado y de la muerte, “voces que nunca había sentido, de otros cuerpos que yacen en el fondo”. El agua es el trabajo
de la memoria y la impiedad del olvido, “hasta que la memoria insistidora no
sea sino parte del agua vieja del olvido”, sonoridad liquida que le habla a la
intimidad de quien se entrega como a un oráculo.
El agua es también el fin de todas las
preguntas, la fuente de la que mana toda significación, porque en sus entrañas
resuenan “los ecos de los antiguos estallidos que asolaron alguna vez la
superficie de la tierra y que perduran en el centro del océano infinito”.
La novela de Javier Freixas nos presenta,
a través de una de las metáforas más antiguas, el espejo que refleja el
misterio que nos rodea: el misterio del tiempo, el tiempo humano; ese que se
pierde y se recobra como el cuerpo de Milena.
Más que recomendable, La voz del agua es
una lectura inevitable y fatal.
L. C.
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