La casa donde vivo no tiene timbre. La casa donde vivo tiene
tranquera, y para llamar se golpean las manos. Porque vivo en un paraje de precaria
urbanidad, algo más que un rancho de adobe, mucho menos que un casco de
estancia. Lo cual, aunque parezca mentira, no ha sido impedimento para un
timbrazo. Un timbrazo del presidente. Último sábado del mes de septiembre, en
la mañana. Estaba tomando mate en la galería, mientras leía los diarios. Vi
llegar a un auto gris, de conocida marca alemana que se detuvo enfrente de mi
casa, del que bajaron unos hombres de traje. Eran cuatro. Dos de azul, sin
corbata y de una línea impecable. Detrás, dos de negro, anteojos oscuros. La
casa donde vivo no tiene timbre. La casa donde vivo tiene tranquera. Por eso no
les di tiempo a golpear las manos. Salí a atenderlos medio desorientado, la
verdad. ¿Quién puede andar así por estos rumboa? Gente importante, se ve. Se
presentaron diciéndome que venían a anunciar que el presidente de los argentinos
me visitaría en menos de una hora, que me preparaba para recibirlo. No sé si
alguien se puede alegrar por esa noticia, pero a mí me dejó paralizado. No lo
esperaba, no lo quería, no podía evitarlo. Les dije que yo no había votado a
este presidente, que no lo votaría nunca y que no acuerdo en absoluto con sus
políticas. Ellos me dijeron que eso no tenía ninguna importancia, que lo único
que tenía que hacer es manifestar mi orgullo de recibir al presidente en mi
casa. Yo les dije que bueno, que iba a hacerlo pero no por convicción, sino por
temor a las represalias, que verdaderamente me preocupaba qué pasaría con un ciudadano
que no quisiera recibir la visita del presidente. Me dejaron en capilla, sin la
menor deferencia y se fueron. El lapso de espera ha sido un limbo que quisiera olvidar.
Tenía que recibir a alguien que yo hubiera querido borrar del planeta. ¿Qué
hacer cuando el estado te tira un presidente que vos no has elegido en el patio
de tu propia casa? ¿Qué clase de visita se cree, que uno lo tenga que recibir
así no más porque a él se le da la gana? Por lo menos debería buscar gente de
su palo. ¿Qué tengo que ver con sus pretensiones de simpatía, con un “acting”
de imagen, que te da por cualquier lado? Escaparme. Eso pensé. Hacerme humo. Lejos, sin dejar rastro. El problema es que
les dejaba una carga a los que viven conmigo. Alguien iba a tener que recibirlo
y se vería seguramente en peores problemas. Yo al menos tenía algún recurso
para zafar. Fumar y pensar, dando vueltas en círculos. Es lo único que recuerdo
haber hecho esos minutos de angustiosa espera. ¿Qué iba a decirle a un
presidente a quien yo no quería ni en mi casa ni en La Rosada? Demoró más de lo
anticipado. Peor. Mi angustia se dilató hasta la desesperación. Al fin,
llegaron los mismos en el mismo auto y cuando salí a recibirlos bajó el
presidente en persona a saludarme, escoltado por los otros dos. Me dio la mano
y me preguntó qué pensaba del presente de la argentina. Yo le dije la verdad,
pero con miedo; es decir, una verdad temblorosa. Le dije que estaba muy
preocupado, por los desocupados, por la línea de pobreza, por el PBI y todas
esas cosas. Me dijo, muy suelto de cuerpo, que me quedara tranquilo. Me dijo
que en seis meses y veintitrés días, mi destino y el de muchos iba a dar un
giro radical y se terminarían los problemas. Me quedé mudo como una piedra.
Cuando te dicen eso ya no hay nada para discutir. Entonces me volvió a tender
su mano. Se dio la media vuelta y se fue con su comitiva. Cuando los vi
alejarse me di cuenta de que llevaban capas negras, hasta más debajo de la
mitad de la pierna.
Entonces me desperté. Pero volver a la vigilia no ha
sido un alivio. Todo lo contrario. Me persigue una profunda preocupación. Seis
meses y veintitrés días… veintidós, ahora. ¿Quién sino un oscuro heraldo puede
arrogarse semejante oráculo en lo profundo de un sueño? Seis meses y veintidós
días, ¿qué nos espera al final de ese “oscuro túnel” del tiempo, con el que la
vicepresidenta nos extorsiona y amedrenta? La casa donde vivo no tiene timbre.
La casa donde vivo tiene tranquera. Ese es el problema.
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