Presentación, jueves 14 de mayo de 2015, salon, sala Dr. Domingo Bravo, Anexo Paraninfo, UNSE.
El telar de la trama. Descargar indice e introducción
INTRODUCCIÓN
Orestes, un pensador en la frontera
Los
ecos de un nombre
Refiere un milenario mito, documentado en tragedias de Esquilo y de
Sófocles, que entre Agamenón, rey de Micenas, y Clitemnestra, nace un hijo
varón, llamado Orestes, hermano de Electra e Ifigenia. Mientras Agamenón
permanece ausente durante la guerra de Troya, su esposa lo traiciona en un
romance con Egisto. Al regresar a Argos después de la guerra, Agamenón es
muerto por el amante de su esposa. Orestes acomete la venganza por la muerte de
su padre: mata a su madre, Clitemnestra. En los valores de la cultura trágica
este hecho es entendido como un acto de justicia, “sangre por sangre”. Sin
embargo, la justicia no lo libera de la culpa. La repugnancia por el crimen cometido
–matricidio– acompañaría a Orestes hasta el fin. Huye perseguido por las Furias
–personificación de la venganza y el castigo–, en un largo viaje en busca del
olvido. Finalmente, el dios Apolo lo purifica y lo libera.
Hasta aquí el mito trágico.
El cuatro de julio de mil ochocientos noventa y ocho, en Santiago del
Estero, nace un hijo varón de padres inmigrantes italianos, cuyo nombre también
sería Orestes, y tendría dos hermanos. Hablamos, en este caso, de Orestes Di
Lullo. Ni héroe mítico ni matricida, un santiagueño, un vecino de la ciudad,
escritor, un profuso escritor de más de medio centenar de libros.
Si la signatura del Orestes griego ha sido la huida culposa por el crimen
matricida, nuestro Orestes se caracterizaría por el honor y la veneración a una
ciudad que carga con la impronta de la maternidad: la Madre de Ciudades. Tanto
es así que uno de sus libros más conocidos lleva por nombre la evocación de los
títulos con que Felipe II galardonara a nuestra ciudad: nobleza y lealtad.
Santiago del Estero, la Madre de Ciudades es además Noble y Leal. Nobleza y
lealtad son los valores proclamados en El
libro de los doce sabios, encargado por Fernando III hacia 1237. Se
trata de un antiguo texto de la moral monárquica, representaciones de un
imaginario que luego el Reino de España impondría a sus dominios.
¿Qué vínculos establece con la noción de maternidad alguien que lleva
inscripto en su nombre lejanos ecos de matricidio? ¿Qué efectos de sentido se
ponen en juego cuando alguien en la cultura occidental lleva el nombre de
Orestes? Signado por remotas reminiscencias matricidas, el trabajo intelectual
de Di Lullo parece estar orientado en dirección a restituir el vínculo materno
que el mito cercena; esta vez con una madre “Noble y leal”, la gran madre de
ciudades. ¿Antigua culpa que se remonta desde el fondo de los tiempos hasta los
textos de Di Lullo?
¿Acaso nuestro Orestes no es sino el mismo fugitivo perseguido por las
Furias, que vuelve al cabo de los siglos, cuya carrera ahora es una corrida de
textos y de historias? ¿Acaso Orestes Di Lullo ha perseguido el sosiego
imposible de un crimen simbólico?
El Orestes griego ha matado a su madre por venganza. El Santiagueño ha
exaltado a la ciudad madre, por justicia. El Orestes mitológico busca el
olvido. El santiagueño busca conjurar el olvido, mediante el ejercicio de la
memoria y la escritura de la historia. Los une el mismo nombre y la exigencia
de tramitar un acto de justicia, conectado con la noción de maternidad: En el
Orestes mítico, la expiación del crimen; en el de estas latitudes, la
compensación de una madre, víctima de un silencioso y prolongado crimen: el
olvido. En el héroe clásico la intriga está puesta en la lucha por el olvido
del crimen. En el Santiagueño la intriga está en la lucha contra el crimen del
olvido y contra un destino de despojo. Nobleza y Lealtad son las banderas de
esa lucha. Di Lullo quiere honrar a la Madre de Ciudades en su Nobleza y
Lealtad, redimirla del olvido que hace estragos en la historia. Ahí están los
pueblos agónicos, también los viejos pueblos, sumidos en la oscuridad
de los años sin memoria.
Hay un ensayo de Borges que se titula “Historia de los ecos de un nombre”.
El texto versa acerca del modo cómo se ha dado en la cultura occidental el
nombre que Moisés escuchó en la montaña. Aquí tomamos prestada la enunciación
para ilustrar que el hecho de llevar el nombre de Orestes no es gratuito,
porque resuena en él un lejano eco que se remonta desde el fondo de los tiempos,
con una constelación de significaciones a su alrededor. En el caso de Borges el
nombre que ha emitido ecos en la historia es una sentencia, en nuestro caso
hablamos del eco de un nombre propio que no se puede separar de una trama, de
un relato legendario, que ejerce una gravitación sobre la historia. Llevar
inscripto el nombre de Orestes conlleva una evocación trágica inexorable.
No hablamos aquí de causalidades, sino de efectos de sentido. Llamarse
Orestes es de alguna manera revivir un mito trágico.
Orestes Di Lullo ha narrado la historia de Santiago con el dramatismo de
un mito trágico. Lo trágico se verá en el conflicto entre tierra y destino que
atraviesa su relato de la historia provincial. Lo trágico está en el olvido de
los pueblos, en la grandeza y decadencia de Santiago, en la orfandad del paria.
La historia que cuenta Di Lullo es un relato trágico porque los avatares de los
hombres y de los pueblos llevan la impronta de una fatalidad destinal: el
éxodo, la decadencia, el olvido.
Un pensador en la frontera
Hablamos aquí de Orestes Di Lullo como un pensador de frontera. Pensador,
porque resulta una categoría más abarcadora que la de filósofo. Frontera,
porque Di Lullo se posiciona en esos márgenes en que desdibujan las
disciplinas. No es un mero sociólogo, no es un mero etnógrafo, ni un mero historiador,
ni siquiera un folclorólogo. Lo es todo al mismo tiempo y más. Su escritura se
desplaza entre las disciplinas, las visita, las instrumenta, pero sin anclar en
ellas.
El concepto de frontera, sin embargo, tiene aquí otro sentido. Significa también
la frontera del indio, la línea divisoria en que se levantaban los fortines
para separar la civilización de la barbarie. Pues bien, esa frontera física y
simbólica es también la frontera de su pensamiento. Di Lullo se cuida de dejar
al indígena en el lado de las heterotopías,
en los lugares “otros”, donde no convive con lo hispánico. Cuando lo hispánico
se ve contaminado con lo indígena, se corrompe. El mestizo tiene lo peor del
español y lo peor del indio. Es un paria. Ha dejado lo mejor en el camino.
Por último, hay una tercera frontera desde la que piensa Di Lullo. La
frontera del mito griego. Orestes Di Lullo no es Orestes, pero pisa sus
huellas. Está ahí, entre la culpa y la expiación, entre el crimen y el olvido, o
mejor dicho, entre el olvido del crimen y el crimen del olvido.
El narrador y la trama
Di Lullo es el narrador de la historia de Santiago. No porque sea la verdadera
historia, en su pretensión veritativa. Lo es porque promueve una construcción
narrativa que articula un sentido. El interés de su obra arraiga en la función
desempeñada al interior de una sociedad que quiere comprenderse a sí misma,
antes que en el valor científico de su discurso historiográfico. ¿Cuánto
Santiago hay en la historia que relata y cuanto Di Lullo hay en la historia de
Santiago? ¿De qué modo el relato histórico y etnográfico devine un discurso de
identidad? ¿Cuáles son los núcleos que componen esta trama? ¿Cuáles historias
no narradas de pueblo encuentran simbolicidad en este gran relato de Santiago?
En las páginas que siguen abordaremos estas y otras cuestiones desde el
concepto de identidad narrativa.
En la escritura de Di Lullo, como en todo relato, hay lo que Ricoeur
llama una “intriga”, una construcción de sentido. La intriga es una operación. Produce efectos
en los lectores. El lector se vuelve artífice de la historia, la incorpora, la
hace propia y la lleva consigo. El momento de la lectura –o la escucha– pasa a
ser determinante en la refiguración de la experiencia y de la identidad del
lector, del receptor vivo de la historia relatada. Entonces Di Lullo
narra la historia de su pueblo, que a su vez se constituye en lector y escucha
de su relato, cuando se descubre implicado en sus urdimbres, cuando se ve
llevado a reconfigurar el orden del mundo, como efecto de esa experiencia.
Como se verá a lo largo
de este libro, los relatos –tanto los históricos como los de ficción– no son
meros paseos recreativos de un lector en busca de un goce efímero. Producen
transformaciones en los lectores. Se podría decir, simplificando, que no somos
los mismos después de haber leído El
Quijote, Madame Bovary o El proceso, solo por nombrar algunos
textos consagrados. Y no somos los mismos después de internarnos en los
claroscuros de El bosque sin leyenda.
Algo pasa. Y lo que pasa es un proceso de producción de sentido, que desemboca
en el plano de la acción y en el de una comprensión del mundo. Las experiencias
como lectores son configuradoras de identidad. Luego veremos que en los relatos
encontramos la unidad de sentido para comprendernos a nosotros mismos. Algo
pasa cuando leemos, cuando escuchamos, cuando nos dejamos traspasar por una
historia. Hay un sentido que nos constituye desde nuestras lecturas, desde
nuestras escuchas, desde las historias que nos rodean, desde las intrigas que
nos asaltan.
La historia que Di Lullo
relata ha prendido en el imaginario de Santiago. Casi sin saberlo los propios
santiagueños se han constituido en sus lectores por excelencia. Porque el esquema de sus “intrigas” se ha
instalado como representación de un pasado y de un presente que los
constituye.
Este libro es un intento de formular una síntesis
integradora de ese gran relato y de desmontar los dispositivos que han operado en
la construcción de su trama. Un intento, en suma, por llegar a ese patio a
donde está el telar: el telar que ha tejido esta trama.
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