A las dieciocho te cuelgas en la percha, como el saco del que vuelve de la noche y ya no encuentra el cuerpo que abrigaba.
A las dieciocho hundes tu cabeza en la leche fria de tus
pensamientos, como un avestruz desplumado a balazos por el viento de agosto.
A las dieciocho se te viene encima la falsa medianoche de
catorce horas que te separan de la pura posibilidad de ser distancia.
A las dieciocho los planetas se desnucan y vos ya no puedes distinguir
la cruz de sal entre cielos que se han hecho humo de canabis.
A las dieciocho nace Gregorio Samsa debajo de tu cama, en
medio de un desparramo de patas de cucaracha.
A las dieciocho te sacas la armadura de Quijote venido a
menos, porque descubres que los molinos de viento son solo molinos de tiempo.
A las dieciocho cae la tarde al fondo de una botella vacía a
la que ya no puedes ordeñar.
A las dieciocho corretean entre tus sabanas los hombrecitos
innombrables de El jardín de las delicias.
A las dieciocho el mundo vuelve a ser lo que ha sido
siempre: calabaza anmohecida y, dios, el gato mestizo del tejado.
A las dios-y-ocho te quedas a la mierda.
Dios y ocho veces a la mierda.
En punto.
L. C.
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