Todos sabemos que el 11 de septiembre en Argentina se celebra el día del maestro por el fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, el 11 de septiembre de 1888, en Paraguay. Más allá de toda controversia –y aun a pesar de su eurocentrismo recalcitrante y otras legitimas discusiones- , a estas alturas no quedan dudas de que Sarmiento no solamente ha sido un maestro de ley, sino que además su pensamiento ha creado una de las tradiciones educativas más poderosas de nuestra cultura, presente al día de hoy en las aulas de la Escuela Pública Argentina del siglo XXI y en las luchas gremiales que desgarran las calles de este presente tan oscuro.
Además, su obra literaria ha sido y es un mojón para enseñarnos el camino de pensarnos a nosotros mismos. Como el baqueano o como el rastreador que describe en el Facundo, nos ha hecho visible la topografía de ese árido terreno que somos los argentinos y nos ha provisto de categorías para reconocer la historia que hay en nuestras propias huellas. Facundo es una invitación a leer el texto social que somos, como el rastreador que lee ese texto telúrico del suelo.
¿Qué memoria cabe hoy, en esta Argentina enflaquecida, de políticas arteras, sobre la figura de Sarmiento, cuando la educación pública ha sido arrinconada al nicho del más brutal menoscabo y desfinanciada por un canibalismo social, sin precedentes?
Propongo que recordemos a nuestro maestro a partir de dos palabras de presencia recurrente en su apasionada prosa, y que hoy echamos de menos en los discursos dominantes, por la devaluación educativa, paralela a la devaluación monetaria a la que ya estamos acostumbrados y no menos vertiginosa. Esas palabras son: Educación Popular y Educación Común.
Lo popular, una categoría que encabeza el título de una de sus obras más relevantes, demarca con claridad la idea de un nuevo sujeto educativo que debía ocupar el centro de la historia, el “populus”, significa gentes, o como dice Kusch “todos los habitantes del estado o ciudad”. Por primera vez en el sistema político argentino alguien piensa en la universalidad de la educación, no ya como un derecho individual, sino como política de estado que reconoce en ella a un bien público irreductible.
Por otro lado, lo común, condición de posibilidad de lo político, aquello que nos habilita a ser comunidad, aun en la tensión radical de los antagonismos constitutivos, antes y más allá de toda diferencia. Educación común para articularnos como comunidad histórica concreta.
La política es lenguaje. En estas horas oscuras para cualquier voluntad educadora, propongo rehabilitar esas dos palabras: educación popular, educación común. No les soltemos la mano. No las dejemos pulverizar por los fogonazos iracundos de las corporaciones discursivas. Solo palabras, palabras que habitan tradiciones, tradiciones que nos constituyen, tradiciones que resisten los embates del olvido y el ajuste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario