sábado, 9 de mayo de 2009

EL SILLON DE TERCIOPELO






Publicado en El Liberal el 12 de Febrero de 2009






En estos días he sabido que hay unos textos inéditos de Cortazar que serían editados en homenaje. Me he preguntado qué suman esos textos en una obra tan basta y diversa como la que nos ha dejado. Seguramente no mucho. Quizás la experiencia de un reencuentro, para algunos; o la novedad de un Cortázar inexplorado por la crítica, para otros. 
Me he preguntado si era la mejor manera de recordar a ese argentino afrancesado que ha nos ha dado momentos de suprema belleza. No me parece mal, desde luego -  hasta tengo expectativas por esos textos - ; pero se respira cierto pulido de bronce y mármol, que al propio Cortázar le hubiese resultado incómodo. Creo, incluso, que la idea de “homenaje” es poco cortazariana.
Quizás la mejor forma de mantener viva su voz y su memoria, en este aniversario de su muerte, sería volver a sus libros consagrados y promover que las generaciones posteriores lo reconozcan y admiren, como lo admiramos quienes crecimos bajo el manto de su frondosa sombra. Se trata de reinventar sus juegos, repensar sus palabras luminosas y redescubrir el asombro virginal que relampaguea en sus textos.  
Julio Cortazar es una experiencia. Como tal, es intransferible. Solo quienes hayan transitado por el horror de Bestiario, por el misterio de Las armas secretas, por la magia de Final de juego, o por la ingeniería onírica de Historia de cronopios y de famas, sabe de lo que estoy hablando. Ahí está Rayuela, testamento vital del artista que se reconoce menos como escritor que como músico. También Todos los fuegos el fuego, Último round y todo lo mucho que escribió y que resulta una experiencia inaugural e irrepetible. 
Cuando digo que Julio Cortazar es una experiencia, quiero decir que es uno de aquellos autores que, como supo decir Ernesto Sábato, nos transforman a partir de la lectura. No somos los mismos después de Octaedro. No lo somos después de Queremos tanto a Glenda o al cabo de aquellas Deshoras. La lectura nos atraviesa por todos lados y al cerrar las páginas miramos el mundo de otro modo, o nos encontramos en otro mundo.  No somos iguales antes y después de tratar con el autor de Rayuela, en cualquiera de sus múltiples rostros. 
Porque los “parques” tienen una continuidad entre las páginas de sus libros y el “sillón de terciopelo” , en el que cómodamente creemos ser meros testigos de una trama que nos involucra y está pronta a sorprendernos, como se sugiere en ese cuento inolvidable. Es ese sillón de terciopelo el que nos transforma de un modo definitivo, irreversible, y nos arrebata a un mundo de belleza y locura. Porque los textos de Cortazar son un detonante para fragmentarnos y reconstituirnos a partir de un nuevo brote de sentido, o en todo caso, a partir de nuevas y crecientes incertidumbres. 
Por eso creo  oportuna, a propósito de este aniversario, la entrega de una invitación. Una invitación a ocupar ese sillón de comodidad aparente, bajo la amenaza de la imprevisibilidad. Una invitación para todos aquellos que aun están en las orillas de este singular universo,  a ser parte de esa experiencia  maravillosa que es la obra de un argentino nacido en Bruselas, que vivió su infancia en Banfield, pasó la mayor parte de su vida en París y escribió en el idioma de Buenos Aires. Porque Julio Cortazár todavía es Alguien que anda por ahí. Hay que encontrarlo. 

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