Un cuaderno no es un objeto junto a otros en el mundo. Un cuaderno es una “hechura” (póiesis) en el orden simbólico, que puede producir incidencias inesperadas.
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Un cuaderno además es una gramática. Organiza una experiencia dentro de un sistema formal de reglas que lo vuelve texto. Reglas: presentación seriada de fechas, horarios, actividades e ideas, fragmentación gráfica del tiempo, enunciación lacónica, licencias como la omisión de verbos, entre otras. Quien lo escribe, necesariamente las conoce, las domina, y se sirve de herramientas como un dibujante se sirve de los colores. Hay cuadernos que han alcanzado un grado notable de celebridad, como es el caso de los “Cuadernos de tapas azules” en el Adán Buenos Aires de Marechal, o el Cuaderno rojo de Walter Benjamin, o el “Cuaderno Único” de Samuel “Lito” Scholnik.
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Si quien que se autoproclama autor de un cuaderno desconoce esa gramática, es entonces un "impostor". Es un escriba con segundas intenciones.
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Si en la composición de un cuaderno están separados los lugares del autor y del escriba, quiere decir que no es un cuaderno, quiere decir que es un dispositivo para la construcción de un acontecimiento. La jerga de los filólogos lo caracteriza como "apócrifo".
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Descartado por obvio el elemental uso escolar, un cuaderno puede ser dos cosas:
Uno. Es un "diario", un género de determinada literatura de contenido histórico biográfico, que no se escribe al azar, sino que se rige de un plan de escritura diaria con el conocimiento de sus reglas internas.
Dos. Es un registro con fines de documentación científica para el trabajo de campo, el cuaderno del etnógrafo, por caso.
Si no está dentro de esas dos posibilidades, su origen y destino resultan sospechosos. Es altamente probable que se trate de un esfuerzo de construcción de lo que pasa. Producir un efecto. Operar en el mundo.
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Un cuaderno organizado bajo un sistema de reglas, para no ser apócrifo debería al menos estar destinado a un lector concreto, intencional y fundante, que espera ser testigo de una experiencia temporal evanescente. Se lleva un cuaderno para compartir esa experiencia ante un ojo lector que, en un momento dado y desde algún lugar del planeta, recorrerá sus páginas para reconstruir la experiencia. Cumple la función de una cámara, pero puesta en los ojos y la mente del que escribe. Cuando llega un cuaderno a nuestras manos, nos preguntamos ¿para quien se ha derramado toda esa tinta?
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Quien escribe para sí no sigue el sistema “cuaderno”, simplemente escribe en un acuerdo consigo mismo algo que deviene ilegible como texto para otros; lleno de supuestos, guiños, señalizaciones arbitrarias y lenguaje apocopado.
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Las fotocopias de un cuaderno no son un cuaderno. Son solo imágenes seriadas, sin anclaje en el mundo. Han perdido aquello que justamente les habilita la condición de cuaderno, el estar “encuadernado” en un fardo material de folios sucesivos, que solo es posible abrir en un orden y una secuencia inalterable, con un número determinado de hojas fijas. Un fardo que no admite un faltante sin delatar su extracción con las marcas del corte y al que es imposible agregar nada.
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Un cuaderno es un acto de comunicación que perdura más allá de los sonidos del habla. Quemarlo es taparnos la boca justo en el momento en que intentamos alzar nuestra voz. A las cenizas se las lleva el viento, un cuaderno de tapa dura puede sobrevivir a tempestades.
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Llegado a este punto es inevitable poner El cuaderno de Asterión bajo sospecha y a disposición de la justicia.
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