Hay una grieta en el muro. Irregular, despareja, caprichosa, recorre una diagonal esquiva que se ramifica como un delta de arena y cal. La grieta forma figuras extrañas, irreconocibles algunas, otras tan obvias que parecen el cincelado de un artista. Pienso en ese muro y en sus evocaciones. La grieta, la grieta de un muro de millones de almas, la que todos acusan como la esfinge sin Edipo, cuyo acertijo diluye toda pretensión hermenéutica. Cuando observo el muro pienso entonces que una grieta es una metáfora densa, llena de insinuaciones, de sabios oráculos, de subrepticias alusiones. Ricoeur dice que una metáfora no es solo un artificio retórico. Una metáfora es un instrumento de conocimiento de la realidad, le es inherente una función heurística. Al acercar campos semánticos en tensión produce un descubrimiento de algo que estaba encubierto en el lenguaje. A estas alturas la metáfora de la grieta se ha instituido en la cultura política argentina y tiene ganado su lugar en el discurso. ¿Cuáles son los descubrimientos y los encubrimientos de esta metáfora? Acaso sea necesario explorar sus alusiones, delimitar sus alcances y sus sentidos para ver en ella lo que esconden los discursos segmentados.
Hay una grieta en el muro. Roger Water en The Wall intuyó la sociedad como un gran muro que se desintegra hasta las ruinas por la violencia social y política. Es otra metáfora. En la nuestra, el muro se mantiene en pie, pero la grieta impone el señorio de sus quiebres.
Hay una grieta en el muro. ¿Qué es la grieta? ¿Cuáles son los campos que aproxima?
El diccionario de mayor referencia académica de nuestra lengua usa un mismo sustantivo para describir dos de sus acepciones, “hendidura”: la grieta es hendidura, en el sentido de una línea de vacío que corta de continuidad de la superficie. La tercera acepción es por ahí la más cercana al uso político del término: “Dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”.
Entonces y por lo pronto grieta es desacuerdo, discontinuidad, crepitación, estallido, que amenaza la unidad del todo.
Pero hay más. Hay también una expresión fenoménica temporal. Se habla de la grieta como de un fenómeno reciente, o traído del pasado por políticas retrospectivas, un fenómeno incluso accidental y transitorio, indeseable, superable a través de una práctica política dialógica. Hay una ilusoria nostalgia de unidad, en algunos, y hay también deseo de recuperar la homogeneidad que nunca hubo. Ha sido incluso una de las consignas de campaña de la actual gestion “unir a los argentinos”. Estos son los encubrimientos de esta metáfora.
Hay una grieta en el muro. Entonces nos preguntarnos ¿es realmente un fenómeno reciente? ¿es coyuntural y transitoria, como piensan los nostálgicos de la unidad? ¿O es una diagonal constitutiva al hecho en sí de lo político?
Hay indicios suficientes para pensar en esa dirección. O por lo menos es una constante en nuestro modo de narrarnos. Nuestra historia política muestra en sus muros endebles no menos grietas que mampostería firme. Rosas, Yrigoyen, Perón, Néstor y Cristina Kirchner, han sido líderes incrustados en el medio de un campo de tensiones, que el actual frente restaurador Cambiemos no le mezquina escarceos. ¿Y Sarmiento? ¿No es acaso el Facundo y su repertorio de civilización y barbarie una acometida hermenéutica sobre ese muro indescifrable?
Hay una grieta en el muro. A primera vista parece tener dos lados, separados por la línea de vacío, la hendidura que disloca el monolito. Pero si uno mira con atención, es posible constatar que ha estallado en una multiplicidad de fragmentos, porque la hendidura se ramifica y forma un archipiélago. Cada recorte está enfrentado a otro con el que no puede ni podrá reconstituirse, porque entre ambos impera horror del vacío. Todo albañil sabe que una grieta no se sella ni se cura. Si se cura, se “raja” una vez más.
Hay una grieta en el muro. Hasta dónde, desde cuándo, preguntan algunos incautos sin saber que repiten una antigua cuestión del autor de Conflicto y armonía de las razas en América, cuyo título en sí mismo da cuentas de la misma metáfora. Porque tiempo atrás nadie parecía verla. ¿Desde cuándo supimos que había grieta? La empezamos a ver el día que dejó de ser una fina línea de lápiz, para ser un corte final que ponía al descubierto viejas discontinuidades, la empezamos a ver cuando no era ya visible como línea de lápiz. Pero la línea ¿no estaba ya seccionada por los vectores de la grieta? ¿no llevaba detrás de su fino talle una tensión interna que alguna vez, inevitablemente produciría un desgarro en la materia?
¿Por qué –siguen los incautos- la grieta se hace visible justamente hoy y no hace digamos dos décadas o tres? ¿Qué nos han hecho “estos” –insisten- para que hoy nos sorprendamos “agrietados”?
Se visibiliza hoy, a lo mejor porque hace dos décadas o tres veníamos de una experiencia de fin de siglo que había emparchado esa mampostería con los relatos legitimadores de la época. Empezando por el relato del fin de los grandes relatos, el fin de las ideologías, el fin de la historia, el pensamiento único, y el discurso de la anti política materializado en “que se vayan todos”, que uniformiza por el lado de la anulación de los polos en la unidad ficticia del desencanto. Puro decorado, como la línea de lápiz, la grieta latía con sus tensiones invisibles.
De pronto un día nos preguntábamos, ¿de qué lado estas? Y sabíamos de antemano lo que estaba en juego en la respuesta.
Hay una grieta en el muro. ¿Qué es entonces la grieta? Eso que dice el diccionario: estallido, desacuerdo, fragmentación irreversible. Para ser más preciso; un sistema de oposiciones dinámicas determinadas por diferencias de mundos y de expectativas de mundos que se vuelven inconmensurables. Dice Rancière en El desacuerdo “la política no está hecha de relaciones de poder, sino de relaciones de mundos”.
Mundos inconmensurables, mundos que se desconocen y se niegan entre sí, se impugnan y se desentienden. ¿Podemos pensar lo político sin el horizonte de la contienda? La guerra es la madre de todas las cosas. Heráclito tenía razón: la madre del logos como lo común, la guerra que, como la lira, guarda su secreta armonía.
Mundos inconmensurables, desacuerdo, la grieta distribuye nervaduras entre una serie variopinta de antinomias, que conforman los múltiples fragmentos del delta del muro. Hay un sistema de tensiones binarias –correlativas con los diferentes mundos y las diferentes expectativas de mundos- que pulveriza el entramado social, que funcionan como “operadores de desidentificacion”.
Desde el punto de vista político, parece una obviedad que la primera tensión o desidentificacion que separa dos fragmentos de mampostería es la vieja antinomia peronismo / antiperonismo. No sé si la primera, tampoco la única ni la más importante. Pero sí tal vez la más visible. Tal vez la más evidente, por rancia y visceral.
Pero también podemos reconocerla desde el punto de vista teriritorial en la antinomia Buenos Aires / Interior. Entre esos polos hay mundos que se desconocen y se niegan. La misma antinomia puede conjugarse a lo Kusch como Pampa húmeda / Altiplano, Selvas y Meseta. Podemos reconocerla en la composición socioeconómica de la sociedad (sectores medios- altos / sectores populares), en las franjas etarias y generacionales (generaciones mayores / generaciones jóvenes), en las percepciones de la memoria y de la justicia (memorialistas / negacionistas) y podríamos seguir y reconocer otros pares binarios (libertad / justicia) que delimitan y distribuyen con desidentificaciones el archipiélago del muro. Porque la grieta es una diagonal que atraviesa el tejido social dejando a su paso múltiples fragmentaciones.
Hay una grieta en el muro. Ya sabemos algunos de sus encubrimientos y descubrimientos. ¿Será este el momento de dejar de lado hipocresías y asumirnos desde la parcialidad que nos constituye?
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