Nuestra amiga polaca Ewa Kobylecka estuvo este último fin de semana por Santiago, invitada por un fantasma trans-atlántico que ya tiene su parodia en esta tierra, bajo la sombra del año 1958. Días antes, Nicolas Hochman había alertado al país acerca de los riesgos de una polonización de Santiago. Tengo que reconocer que su profecía se ha cumplido implacablemente. El nombre de Gombrowicz anduvo entre las voces de claustros y de bares, no solo en Santiago, sino también en la vecina ciudad de Tucumán, un libro en idioma polaco apareció de modo inesperado en mi biblioteca, y hubo toda clase de alusiones a la lengua y la cultura de aquel lejano pueblo. Pero lo que no estaba previsto en el vaticinio de Hochman es que se santiagueñizara Polonia. Porque nuestra amiga estuvo entre nosotros, escuchó nuestras voces quichuas, probó nuestras comidas, desde las clásicas empanadas en sus versiones rivales, santiagueñas y tucumanas, los tamales, alfajores santiagueños, hasta nuestras bebidas más rituales; conoció y adquirió nuestras mejores artesanías y hasta recibió libros de esta tierra. Así entonces los ecos de esta tonada norteña se propagaron hasta los mismos suburbios de Varsovia. Se supo en estos días que el Ministro de Relaciones Exteriores de la Nación polaca manifestó su profunda preocupación ante el gobierno argentino por el menoscabo en el índice de “polonidad”, a raíz de los sucesos en Santiago. Es el alto costo de polonizar esta tierra de shalacos. Gracias Ewa. Gracias Nicolás. Una vez más, Gombrowicz conecta al mundo.
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