Siempre me ha alucinado el gusto de las almendras, fruta seca, luminosa, de sabor exquisito y textura refinada, cosechada del árbol de los sueños.
Pero hay otra almendra que alucina. También de sabor exquisito y textura refinada, también cosechada del árbol de los sueños.
Aquella almendra con la que muchos hemos conocido a Spinetta.
Un sabor lento, progresivo, que te llega e invade de a poco hasta el éxtasis más perturbador.
En mi juventud he probado el sabor de aquella almendra de acordes y metáforas salvajes, cuyas resonancias me persiguen hasta hoy.
El almendro ha seguido en pie dando sus frutos oníricos con otros nombres, en otras estaciones, pero siempre con la misma magia, siempre fiel a su suerte frutal. Dicen que en este valle las almendras son de los duendes.
Pero ¿Y si acaso no brillara el sol?
El almendro está caído. El almendro, su corteza donde el hacha ha golpeado brutalmente ya.
Hoy que el sol reseca sus manos y esta sal es la ceniza de la lluvia, sangrado está bajo el agua, porque la noche del tiempo sus horas cumplió.
No queda más que viento. Siempre queda algo más que viento, desgarro del final del historial del comienzo que tal vez reemprenderá.
Porque sus frutos son eternos. Porque tiene alma de diamante. Porque todas sus hojas son del viento.
Que el sabor de las almendras nos acompañe por siempre.
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