En el Día Internacional de la mujer
La cultura occidental nos ha marcado a fuego con un latigazo descarnado: Dios -según relata el Génesis- hizo un mundo sin mujeres. El mundo adánico era solo de varones; lo de Eva fue un accidente posterior. Porque, según parece, el advenimiento del género femenino no estaba en ningún plan, fue la irrupción de lo imprevisible, un viraje repentino en el timón, que merece ser pensado. Desde una lógica masculina y guacha, ese arrojo imprevisto es la evidencia de la secundariedad del género. El mundo era para los hombres, solo que “no es bueno que el hombre esté solo”, según reza el texto bíblico. Y, por lo tanto, para mitigar la soledad masculina, desembarcó un contingente de “Evas” que venían nada más que a estar entre nosotros, a darnos compañía en este universo desolado y gris. En esa dirección ha pensado la humanidad desde siempre y desde esa perspectiva se ha domesticado el género.
Prefiero ensayar un pensamiento en otra dirección. Prefiero pensar que ese giro de timón fue precipitado por un urgencia acuciante, algo se había ido de las manos. El plan de la creación venía con un imponderable y estaba a punto de colapsar. El mundo en manos de los hombres iba camino a la destrucción, a la locura, al sin sentido. Entonces el Creador tuvo su idea más brillante. Había que enviar a alguien al rescate de su obra malograda. Y ese alguien se llamaba Eva. Ella vendría a salvar el mundo. ¿A salvarlo de qué? De los excesos de la lógica perversa que los hombres habíamos impuesto sobre las cosas. Tenía que ser la mujer, el mundo necesitaba de un pensamiento distinto, flexible, laxo, parcializado, erótico, glamoroso. Y con la mujer llegó el Deseo. Y con el Deseo, el mundo se hizo fiesta, esa gran fiesta de encuentros y desencuentros, de amor y de pasión, de sueño y desvelo.
Desde entonces las cosas tomaron un rumbo inesperado, porque las mujeres esparcieron su gracia por el mundo y la faz de la tierra había cambiado para siempre.
Lo asombroso, lo increíblemente mágico, es que aquella Eva venía de la propia materia viva del Adan. Había sido hecha de una fracción de sus huesos, de una costilla, si hemos de seguir el texto bíblico que -aunque discutido por algunos- alguna razón parece tener. Esta circunstancia nos hizo pensar a muchos “Adanes” que esta extraña criatura era una segregación de los hombres, un desprendimiento del tórax; nada más que eso, un apéndice que no acierta a ser por sí mismo.
Sin embargo, también podemos interpretar ese origen desde otro punto de vista. La mujer provenía de una costilla, porque la costilla es el hueso que protege el corazón, porque la mujer traía al mundo una nueva ética, menos cerebral, una “ética del cuidado” -como lo hace ver Carol Gilligan-, una nueva percepción de las cosas, una modalidad relacional orientada a la comprensión de quien padece. Desde ese entonces la vida en esta tierra tiene otro sentido; mejor dicho, la vida en esta tierra tiene desde entonces un sentido, que en algún momento del reinado masculino lo perdió.
Y entonces el mundo ha comenzado a ser ancho y ajeno, porque los hombres habíamos dejado de ser los “dueños”. Claro que durante algún tiempo creímos seguirlo siendo, pero ellas estaban ahí, sembraban y cosechaban desde el silencio; y, con toda discreción, se enseñoreaban de la tierra y, nosotros, con toda ingenuidad, nos beneficiábamos de ese señorío. Cuando nos dimos cuenta, ya era tarde, estaban en todos lados, especialmente dentro nuestro. Incapaces de renunciar a nuestra condición de Amos y Señores del Reino, empezamos a inventar historias, relatos, que las ponían fuera de nuestro juego. Y ellas se dejaban narrar, se prendían de esas historias, porque sabían que eran sólo eso: historias, mitología de machos destronados. Y demostraron mayor sagacidad, porque, aun siguiendo nuestro juego, sabían que ganaban. Siempre ganaban.
Con el tiempo, no sólo han demostrado ser más inteligentes, también han demostrado que traían consigo una sabiduría primordial, encabalgada en el latido mismo de la vida. Nos han dado la belleza del mundo, el erotismo, el sentido de vivir, la recomposición de nuestro cuerpo fragmentado, las variaciones del amor. Finalmente parece ser que les debemos mucho y que valió la pena perder una costilla.
El de los hombres era un mundo de abstracción y monotonía. Las mujeres han traído lo mejor. Lo que llevan puesto y lo que ponen en su llevar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario