sábado, 17 de octubre de 2009

UNA ANTOLOGIA FRUSTRADA. LUGARES COMUNES, FRASES HECHAS Y CLISES DEL DISCURSO DOMINANTE.


Alguna vez he escuchado a Alejandro Dolina hablar acerca de la “pereza mental”. Esta idea tiene que ver con la recurrente apelación a los lugares comunes, para no pensar, para resolver una exigencia desde un repertorio preestablecido de ideas y palabras, que nos eximen del esfuerzo de pensar las propias. Me ha parecido un concepto interesante y me he propuesto avanzar en esa dirección.
Los lugares comunes, las frases hechas, los clisés del discurso dominante, son espacios de sentido, en los que nos sentimos cómodos porque hay algo que está resuelto con eficacia desde un lugar que no es el nuestro. Al mismo tiempo nos pone en la luz de un pensamiento claro, irrefutable, de ilusoria evidencia. Porque hay un campo de sentido que está ya siempre construido y apropiado por una recurrencia que instituye su validez. Y ese lugar nos deleita porque nos sentimos luminosos, brillantes, traspasados por un rayo de luz y de verdad. Podemos ser reconocidos como hombres claros. La inteligencia fácil se enseñorea en nosotros.
Pensar desde un lugar propio, es incómodo.
Pensar desde un lugar propio nos vuelve oscuros, herméticos, nos pone en entredicho.
Pensar desde un lugar propio nos vuelve sospechosos. Es un sitio del que preferimos huir. Además su estancia es laboriosa y comprometedora. Nadie quiere quedar ahí, porque se huele la pólvora del peligro.
En los lugares comunes, en cambio, el discurso dominante habla en nosotros y al hablar nos consagra. Tienen un oscuro poder para inmovilizar nuestros pensamientos y asimilarlos a las facciones ideológicas dominantes.
Hasta este momento tenía la tentación de escribir una “Antología de lugares comunes”, para un uso didáctico, una especie de listado de prohibiciones. He comprendido que mi propósito era inútil, porque ya él mismo era un lugar común. Porque otros habían trillado ese camino, seguramente con mayor éxito. Flaubert ha escrito su “Diccionario de lugares comunes” y León Bloy, nada menos que la “Exégesis de lugares comunes”. Textos que, por cierto, cumplen engañosamente esa función didáctica que yo me había propuesto y, por lo tanto, cumplen con la función esencial de los lugares comunes: ahorrarnos el trabajo de pensar.
Menos reflexivo, pero acaso más insolente y provocador, me parece el libro de relatos breves “El revés de los refranes” de Isidoro Blainsten, el que al menos se burla de ellos por partida doble (el derecho y el “revés”), quizás con la intención ilusoria de conjurar su poder dictatorial sobre nuestra palabra. No deja de ser una hazaña quijotesca, para una vez más hablar con el eco de una frase hecha.
He empezado hablando de Alejandro Dolina. También ahí estoy en un lugar común. El pensamiento libre cede su afán de crítica a favor de los intereses de no se sabe quien, que habla en nosotros. No hay con que darles. Es imposible salir de ellos. Nos tienen de rehenes.
Son cazadores de voces que nos encierran en sus trampas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario