miércoles, 22 de abril de 2009

ETICA Y POLÍTICA EN LA ENCRUCIJADA


Dos posiciones encontradas frente a la coyuntura se han proyectado en el escenario político en las proximidades del 28 de junio. Una vez más, moral y política se desarticulan y se oponen, en un desencuentro trágico que nos sigue marcando a fuego como una cuestión irresuelta de nuestra historia.
El neoconservadurismo opositor, en su versión político partidaria o bien en su versión agro mediática, ha construido un discurso desde un idealismo ético institucionalista. La crítica al poder se plantea desde señalamientos éticos y procedimentales, que desfondan todo contenido político, a favor de un posicionamiento moral.
No menos cierto es, por otro lado, que el oficialismo se ha encerrado en el cerco de un discurso de confrontación ciega, desde un realismo político inescrupuloso, que desconoce las normas y procedimientos legitimados, en favor del logro de los bienes sociales fundacionales del movimiento gobernante.
El discurso conservador adolece de un vaciamiento político visceral. Incurre en un integrismo ético, en un huero “honestísmo”, que por preservar la moral abdica de la política, o que, en todo caso, parte de la falsa convicción que con la moral a secas es suficiente para gobernar y que lo político vendrá por añadidura. O, en el peor de los casos, instrumentaliza a la moral para derrocar a la política.
El discurso del oficialismo, por su parte, ha producido un vaciamiento ético de las estructuras políticas. En su impulso auto protector, en su celo por preservar un modelo de redistribución y justicia, ciertamente amenazado por el pensamiento moralizante, asume estrategias y procedimientos cuestionables desde lo normativo-institucional.
El conflicto se traduce en una tensión axiológica radicalizada entre Democracia y República, que nos arrastra y divide a todos. El conservadurismo reclama el salvataje de la República, porque la salvaguarda de los “principios republicanos” es lo que permite poner un límite al poder, que en sí mismo se percibe como inmoral, sospechoso y hasta “demoníaco“. La democracia es puesta bajo sospecha desde la idea de una mera formalidad que la deslegitima. “Democracia formal no es democracia“, reza un lugar común de este discurso.
El gobierno, a su vez, pone su carga valorativa en sobre el polo Democracia, cuya dinámica es la que permite ampliar la base del poder, percibido en sí mismo como una herramienta social y política necesaria para la construcción de aquellos bienes en cuya realización se declara comprometido. Desde este supuesto se intenta domesticar la instituciones republicanas, porque son vistas como una amenaza a la gobernabilidad y a la democracia misma.
En cualquier caso estamos presos de una antinomia que nos encierra en miradas parcializadas. Antinomia que impide la visión totalizadora, y, por lo tanto, limita nuestras posibilidades de construcción de igualdad y justicia.
Democracia y Republica, igualdad y participación, moral y política, constituyen conjunta y regularmente, las condiciones de posibilidad de un proyecto político que articule inclusión social con el respeto por las libertades, las institucionalidad con la justicia. Parafraseando a Kant podríamos decir que la política sin moral es ciega, y la moral sin política resulta vacía. La rearticulación de lo moral y lo político en el discurso y en la acción sigue siendo un desafío pendiente, una cuestión irresuelta que en algún momento deberemos hacernos cargo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario