domingo, 18 de octubre de 2009

TODAS LAS HOJAS SON DEL VIENTO. CARTA A LA MADRE. Salvatore Quasimodo, 1901 - 1968






La mejor carta a la madre, Salvatore Quasimodo. Versión bilingüe.






LETTERA ALLA MADRE


«Mater dolcissima, ora scendono le nebbie,
il Naviglio urta confusamente sulle dighe,
gli alberi si gonfiano d'acqua, bruciano di neve;
non sono triste nel Nord: non sono
in pace con me, ma non aspetto
perdono da nessuno, molti mi devono lacrime
da uomo a uomo. So che non stai bene, che vivi
come tutte le madri dei poeti, povera
e giusta nella misura d'amore
per i figli lontani. Oggi sono io
che ti scrivo.» - Finalmente, dirai, due parole
di quel ragazzo che fuggì di notte con un mantello corto
e alcuni versi in tasca. Povero, così pronto di cuore
lo uccideranno un giorno in qualche luogo. -
«Certo, ricordo, fu da quel grigio scalo
di treni lenti che portavano mandorle e arance,
alla foce dell'Imera, il fiume pieno di gazze,
di sale, d'eucalyptus. Ma ora ti ringrazio,
questo voglio, dell'ironia che hai messo
sul mio labbro, mite come la tua.
Quel sorriso m'ha salvato da pianti e da dolori.
E non importa se ora ho qualche lacrima per te,
per tutti quelli che come te aspettano,
e non sanno che cosa. Ah, gentile morte,
non toccare l'orologio in cucina che batte sopra il muro
tutta la mia infanzia è passata sullo smalto
del suo quadrante, su quei fiori dipinti:
non toccare le mani, il cuore dei vecchi.
Ma forse qualcuno risponde? O morte di pietà,
morte di pudore. Addio, cara, addio, mia dolcissima mater.»



CARTA A LA MADRE

« MATTER dulcíssima, desciende la niebla,
el Naviglio choca confusamente con los muelles,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve;
no estoy triste en el Norte: no estoy
en paz conmigo mismo, mas no aguardo
perdón de nadie, muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives,
como todas las madres de los poetas, pobre
y con escasa provisión de amor
a causa de los hijos lejanos. Hoy soy yo
quien te escribe.» Por fin - dirás - un par de líneas
de aquel muchacho que huyó de noche con una capa corta corta
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan impulsivo,
lo matarán un día en algún sitio.
« Claro, lo recuerdo, fue en aquel muelle gris
de trenes lentos que llevaban almendras y naranjas
a la desembocadura del Imera, el río de las urracas,
de sal, de eucaliptos. Mas ahora te agradezco,
deseo hacerlo, la ironía que has puesto
en mis labios, apacible como la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores.
Y no importa si ahora vierto alguna lágrima por ti,
por todos aquellos que como tú esperan
y no saben qué. Ah, amable muerte,
no toques el reloj que late en la pared de la cocina,
toda mi infancia pasó sobre el esmalte
de su cuadrante, sobre aquellas flores pintadas:
no toques las manos, el corazón de los viejos.
¿Pero acaso alguien responde? Oh muerte de piedad,
muerte de pudor. Adiós, querida, adiós, mi dulcíssima mater »



sábado, 17 de octubre de 2009

UNA ANTOLOGIA FRUSTRADA. LUGARES COMUNES, FRASES HECHAS Y CLISES DEL DISCURSO DOMINANTE.


Alguna vez he escuchado a Alejandro Dolina hablar acerca de la “pereza mental”. Esta idea tiene que ver con la recurrente apelación a los lugares comunes, para no pensar, para resolver una exigencia desde un repertorio preestablecido de ideas y palabras, que nos eximen del esfuerzo de pensar las propias. Me ha parecido un concepto interesante y me he propuesto avanzar en esa dirección.
Los lugares comunes, las frases hechas, los clisés del discurso dominante, son espacios de sentido, en los que nos sentimos cómodos porque hay algo que está resuelto con eficacia desde un lugar que no es el nuestro. Al mismo tiempo nos pone en la luz de un pensamiento claro, irrefutable, de ilusoria evidencia. Porque hay un campo de sentido que está ya siempre construido y apropiado por una recurrencia que instituye su validez. Y ese lugar nos deleita porque nos sentimos luminosos, brillantes, traspasados por un rayo de luz y de verdad. Podemos ser reconocidos como hombres claros. La inteligencia fácil se enseñorea en nosotros.
Pensar desde un lugar propio, es incómodo.
Pensar desde un lugar propio nos vuelve oscuros, herméticos, nos pone en entredicho.
Pensar desde un lugar propio nos vuelve sospechosos. Es un sitio del que preferimos huir. Además su estancia es laboriosa y comprometedora. Nadie quiere quedar ahí, porque se huele la pólvora del peligro.
En los lugares comunes, en cambio, el discurso dominante habla en nosotros y al hablar nos consagra. Tienen un oscuro poder para inmovilizar nuestros pensamientos y asimilarlos a las facciones ideológicas dominantes.
Hasta este momento tenía la tentación de escribir una “Antología de lugares comunes”, para un uso didáctico, una especie de listado de prohibiciones. He comprendido que mi propósito era inútil, porque ya él mismo era un lugar común. Porque otros habían trillado ese camino, seguramente con mayor éxito. Flaubert ha escrito su “Diccionario de lugares comunes” y León Bloy, nada menos que la “Exégesis de lugares comunes”. Textos que, por cierto, cumplen engañosamente esa función didáctica que yo me había propuesto y, por lo tanto, cumplen con la función esencial de los lugares comunes: ahorrarnos el trabajo de pensar.
Menos reflexivo, pero acaso más insolente y provocador, me parece el libro de relatos breves “El revés de los refranes” de Isidoro Blainsten, el que al menos se burla de ellos por partida doble (el derecho y el “revés”), quizás con la intención ilusoria de conjurar su poder dictatorial sobre nuestra palabra. No deja de ser una hazaña quijotesca, para una vez más hablar con el eco de una frase hecha.
He empezado hablando de Alejandro Dolina. También ahí estoy en un lugar común. El pensamiento libre cede su afán de crítica a favor de los intereses de no se sabe quien, que habla en nosotros. No hay con que darles. Es imposible salir de ellos. Nos tienen de rehenes.
Son cazadores de voces que nos encierran en sus trampas.