miércoles, 29 de abril de 2009

TODAS LAS HOJAS SON DEL VIENTO: CLEMENTINA ROSA QUENEL


Luis Alen Lascano alcanzó a la Revista El Punto y la Coma (octubre de 2008) el poema que transcribimos a continuación, de quien fuera una de la más notables escritoras de nuestra tierra. Nos proponemos en este espacio recuperar textos olvidados de nuestra literatura.


NO ME PREGUNTEN EL OTOÑO

Clementina Rosa Quenel

No me pregunten si culpo
a las hojas.
No me pregunten
Si retorno al plato de uvas
de que hablábamos
los amantes
de la mano.
No me pregunten por esa niebla,
como peregrina de río,
y esas begonias,
mañana dulcemente sin regreso.
No me pregunten por esos palisandros
o la perdida anémona
sin encuentro en la tarde
de noviembre.
No me pregunten cómo es de triste. El viento,
Con toda esta tristeza nuestra
del morir implacable.
No me pregunten.
No me pregunten.
Mientras crece un llovizna larga
al norte.
Y me encuentro con las cosas.
No me pregunten.

domingo, 26 de abril de 2009

CONVERSACIONES INTEMPESTIVAS: TARDES DE MI TIERRA



Cuando me lleve el destino
Por otras huellas un día;
Cuando ansias de andar me alejen
De mis tardes amarillas,
Iré cargando bagajes
De tristezas escondidas
Y soledad de distancias
Hincadas en mis pupilas...

Dalmiro Coronel Lugones, Romance de mis Tardes Amarillas




Alguien dijo -no sé si es Todorov o Borges- que hay autores que pasan a la historia por una página. Tal vez no sea el caso de Dalmiro Coronel Lugones, pero sí estoy convencido de que la belleza de dos o tres páginas justifican su obra y la necesidad de recordarlo. Estos versos del Romance de mis tardes amarillas constituyen un fragmento memorable de nuestra cultura. Con imágenes de sorpresiva belleza, pero sobre todo con un ritmo y una música que evoca el mejor aire de la zamba, el poema hace visible la constitutiva relación del hombre con su tierra. Nuestros relatos de identidad han construido una visión del hombre santiagueño como un ser vinculado con su tierra a través de símbolos ancestrales. Símbolos que conforman nudos de un sentido que, una y otra vez, emerge en ese extraño lenguaje de la tierra. La tardes amarillas son aquellas que un santiagueño sabe que sólo en esta tierra son posibles. El adjetivo del color amarillo sólo le cabe a aquellas tardes hinchadas de ese sol furioso que derrama su luz hasta la ceguera en las tierras de Santiago.

El lenguaje sencillo y llano, pero altamente expresivo traduce con nitidez un pathos fundante, un estado interior muy especial que tiene que ver con el abandono y la orfandad de quien se aleja de aquello que lo constituye. La lejanía y la distancia adquieren un rango metafísico -si se me permite el adjetivo- en la medida que son distancia y lejanías de un sí mismo dislocado entre el lugar y el rumbo, entre la raíz y los pasos, entre la inmovilidad de sólo estar y el movimiento de ser, para decirlo en el lenguaje de Rodolfo Kusch. Un sí mismo que se desgarra en la huella que me aleja, pero siempre como queriendo quedar pegada en esta tierra que te pesa, como queriendo marcar en ella nuestro estigma. Porque lo que me lleva no es mi querer sino el destino.

Dalmiro Coronel Lugones, tu poesía me sacude como el viento sobre el árbol, que tiembla desde el tronco pero mantiene firmeza en sus raíces. Tu verso me vuelve quebracho, me hunde hasta el fondo de la tierra, aunque se me lastimen los gajos. Volver a tu poesía me despierta las ganas de decir las palabras de mi amigo Jorge Rosenberg, Soy santiagueño por atardecer…

* * *

sábado, 25 de abril de 2009

DOS POEMAS


REDENCIÓN DE LOS DÍAS

Cuando ya no queda ni el dolor,
cuando las metáforas ha parido sólo ubicuidad,
cuando ya la noche te tiene de rodillas,
y el deseo se ha hecho piedra
y es piedra tu carne y tu alma y tu esqueleto,
habrás de retomar una palabra
para sostener el mundo
o la huella ciega que queda en su lugar.

Lucas Daniel Cosci









NOSTALGIA DEL ÚLTIMO OCASO

Ya nada será lo que el cielo se dijo a sí mismo
cuando lo sorprendió el último ocaso.


Lucas Daniel Cosci


* * *

miércoles, 22 de abril de 2009

ETICA Y POLÍTICA EN LA ENCRUCIJADA


Dos posiciones encontradas frente a la coyuntura se han proyectado en el escenario político en las proximidades del 28 de junio. Una vez más, moral y política se desarticulan y se oponen, en un desencuentro trágico que nos sigue marcando a fuego como una cuestión irresuelta de nuestra historia.
El neoconservadurismo opositor, en su versión político partidaria o bien en su versión agro mediática, ha construido un discurso desde un idealismo ético institucionalista. La crítica al poder se plantea desde señalamientos éticos y procedimentales, que desfondan todo contenido político, a favor de un posicionamiento moral.
No menos cierto es, por otro lado, que el oficialismo se ha encerrado en el cerco de un discurso de confrontación ciega, desde un realismo político inescrupuloso, que desconoce las normas y procedimientos legitimados, en favor del logro de los bienes sociales fundacionales del movimiento gobernante.
El discurso conservador adolece de un vaciamiento político visceral. Incurre en un integrismo ético, en un huero “honestísmo”, que por preservar la moral abdica de la política, o que, en todo caso, parte de la falsa convicción que con la moral a secas es suficiente para gobernar y que lo político vendrá por añadidura. O, en el peor de los casos, instrumentaliza a la moral para derrocar a la política.
El discurso del oficialismo, por su parte, ha producido un vaciamiento ético de las estructuras políticas. En su impulso auto protector, en su celo por preservar un modelo de redistribución y justicia, ciertamente amenazado por el pensamiento moralizante, asume estrategias y procedimientos cuestionables desde lo normativo-institucional.
El conflicto se traduce en una tensión axiológica radicalizada entre Democracia y República, que nos arrastra y divide a todos. El conservadurismo reclama el salvataje de la República, porque la salvaguarda de los “principios republicanos” es lo que permite poner un límite al poder, que en sí mismo se percibe como inmoral, sospechoso y hasta “demoníaco“. La democracia es puesta bajo sospecha desde la idea de una mera formalidad que la deslegitima. “Democracia formal no es democracia“, reza un lugar común de este discurso.
El gobierno, a su vez, pone su carga valorativa en sobre el polo Democracia, cuya dinámica es la que permite ampliar la base del poder, percibido en sí mismo como una herramienta social y política necesaria para la construcción de aquellos bienes en cuya realización se declara comprometido. Desde este supuesto se intenta domesticar la instituciones republicanas, porque son vistas como una amenaza a la gobernabilidad y a la democracia misma.
En cualquier caso estamos presos de una antinomia que nos encierra en miradas parcializadas. Antinomia que impide la visión totalizadora, y, por lo tanto, limita nuestras posibilidades de construcción de igualdad y justicia.
Democracia y Republica, igualdad y participación, moral y política, constituyen conjunta y regularmente, las condiciones de posibilidad de un proyecto político que articule inclusión social con el respeto por las libertades, las institucionalidad con la justicia. Parafraseando a Kant podríamos decir que la política sin moral es ciega, y la moral sin política resulta vacía. La rearticulación de lo moral y lo político en el discurso y en la acción sigue siendo un desafío pendiente, una cuestión irresuelta que en algún momento deberemos hacernos cargo.

TESTIMONIO Y PROFESÍA EN LA ESCRITURA DE RODOLFO WALSH


El veinticuatro de marzo de mil novecientos setenta y seis el país se sacudió con la toma del poder por de la Junta Militar. El veinticuatro de marzo de mil novecientos setenta y siete, Rodolfo Walsh envía su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar a todos los diarios y nadie publica. El veinticinco de marzo del mismo año -un día después, “un oscuro día de in-justicia después“- Walsh es asesinado en una emboscada. Es imposible no pensar estos tres acontecimientos en una sola secuencia. Es imposible no pensar que ya sabía de su muerte, mucho antes de aquella bomba de maquina de escribir.
Walsh es acaso uno de los pocos temerarios que en su momento y desde dentro de un país en llamas, denunció sin tapujos los atroces crímenes que venía perpetrando la Junta de la Muerte. Crímenes políticos: la detención clandestina y la desaparición forzada de personas; crímenes económicos: la inauguración de la era de las políticas de ajustes; crímenes sociales: la estrepitosa caída del empleo y la proliferación de las villas, la marginación y exclusión compulsiva del pueblo. La “carta” de Rodolfo es quizás un documento que a la sazón mostró lo que solo mucho tiempo después pudimos ver, pudimos angustiosamente ver los argentinos.
Interesa resaltar que el documento revela además alguna clave de su escritura. Para cerrar el texto, escribe: “Estas son la reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esta junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.”
“Dar testimonio en tiempo difíciles“, es un principio ético-escriturario que a partir de “Operación Masacre”, va a estar presente en toda su producción. Pero ese “dar testimonio” en ningún caso construye un texto propagandístico, ni político-programático. Se trata del esfuerzo por testimoniar el dolor universal de las víctimas. De aquellas innumerables, anónimas, indiferenciadas víctimas de la injusticia y la crueldad. Tanto “Operación Masacre”, así como sus cuentos, “Los oficios terrestres”, “Un oscuro día de justicia”, por citar algunos, constituyen relatos de “actos de crueldad” en los que emergen, desde los gestos a las acciones concretas, las más abyectas miserias del ser humano.
Pero acaso su mayor relato de crueldad sea su propia carta, mucho más que sus obras de ficción, aunque, cabe aquí la salvedad, que en esta narrativa, ficción y realidad se desdibujan, se traicíonan, se referencian y finalmense se invaden entre sí, en un diabólico juego de espejos.
Cuando Rodolfo Walsh confiesa que Operación Masacre le cambió la vida, lo que está diciendo es que en ese texto se encontró con el escritor que estaba buscando y con el que hasta ese momento andaba desencontrado. “Soy lento -dice en su texto póstumo “Yo, Rodolfo”-, he tardado … lustros en escribir un cuento”. Esa lentitud confesada es el tiempo demorado en encontrar ese principio, que lo llevara a escribir sus mejores textos, porque “comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”; amenazante por la crueldad y la miseria con que estaba/está tramado. Ese “mundo”, situado en la Argentina de los setenta, es un relato perverso que Walsh aprendió a reinventar en sus textos. Y por narrar ese mundo se encontró a sí mismo en sus propias historias, narró su propia dramática y fue víctima de una Injusticia mayúscula, como sus personajes.
Finalmente, es necesario decir que ese principio con que Walsh hizo frente a su propia escritura, no es solo una agenda de temas, sino que es una estética y una gramática. Sus innovaciones formales, son derivadas de una ética, se entraman desde una visión épica del mundo en el que las víctimas esperan al héroe que nunca llega.
Walsh es uno de lo valores más relevantes de nuestra literatura. No por haber sido muerto en circunstancias atroces, sino por haber sido el más claro, el más expresivo, el más poético profeta de su propio destino y del destino incierto de un pueblo a la deriva.