jueves, 9 de agosto de 2018

Santucho, Gombrowicz y la Librería Dimensión



Hoy se supo que falleció Gilda Roldán de Santucho. Como un homenaje a su labor cultural en la librería Dimensión, publico este artículo, escrito hace algo más de un mes cuando se supo de su cierre.



Santucho, Gombrowicz y la Librería Dimensión



Poco se sabe de la amistad entre un santiagueño desparecido y un célebre escritor polaco, exiliado veintitrés años en la Argentina. Poco se sabe del invierno de 1958, en el que ese polaco viviría en Santiago, traído por las bondades de su clima invernal. Poco se sabe de una librería de aquel entonces que acogiera los sueños del Polaco, mientras estuvo en Santiago. Estoy hablando de Francisco René Santucho, Witold Gombrowicz y la librería Dimensión. 

Esta vez quiero centrar mi atención en la librería, un fecundo, perdurable proyecto de “el negro” Santucho, que lo ha sobrevivido durante casi medio siglo. Se trata de Dimensión, la librería más antigua de Santiago y quizás una de las pocas que hasta hace días quedaban de tantos años en nuestro país. Hasta hace días. Porque ese proyecto de más de seis décadas ha cerrado sus puertas, como muchas otras hojas de otoño que caen por el vendaval de los tiempos que corren. Es una gran tristeza. La crueldad de las políticas neoliberales no dan permiso a la nostalgia y vuelven inviable todo proyecto que no se inscriba en la eficacia de las lógicas del sistema. 

¿Qué ha sido Dimensión? Entre las muchas cosas que representa, quizás lo más acertado sea decir que ha sido un “proyecto cultural”, nacido de las inquietudes de Francisco Santucho. Una librería, una revista, un movimiento, un grupo de producción. La librería abre sus puertas en octubre del año 1957, en el local 18 del pasaje TabyCast. Pero este no es el primer lanzamiento de Santucho en el universo librero. En el año 1952 había fundado la librería Aymara, que funcionara en un salón de la vieja casa de los Taboada, de calle Buenos Aires Nº 146. 

Por esos tiempos la cultura de Santiago giraría en torno a la revista homónima y a la librería que, del 57 en adelante, llevaría el mismo nombre, verdadero ateneo cultural de la época. Dimensión, Revista Bimensual de Cultura y Crítica, saldría a la luz con su primer número en enero de 1956, en el que Francisco anunciaba “la búsqueda de una exacta dimensión”, como afirmación de una búsqueda identitaria. Durante siete años presentaría ocho publicaciones esa búsqueda, hasta la última fechada en mayo del 62. En ellas escribirían intelectuales de gran prestigio, de origen local como Bernardo Canal-Feijoó, Orestes Di Lullo, Clementina Rosa Quenel; nacional, como Rodolfo Kusch y sudamericano, como es el caso de Miguel Ángel Asturias, entre otros. Además de la labor editorial, desde este espacio se organizaban exposiciones de cuadros de importantes artistas, presentaciones de libros, charlas-debates, y otras actividades de animación cultural, que se mantendrían vigentes durante los mas de sesenta años de existencia de la librería.

Dice Gombrowicz en su Diario Argentino: “La librería del llamado ‘Cacique’, otro de los miembros de la numerosa familia S. (Santucho), era el sitio de encuentro de las inquietudes espirituales del pueblo, tranquilo como una vaca, dulce como una ciruela, con ambiciones de destruir y crear el mundo (se trataba de las quince personas que se dan cita en el café Águila)”.

La referencia de Gombrowicz transmite con claridad la impresión de tratarse de un espacio de gestión cultural, un lugar de “encuentro de las inquietudes espirituales de un pueblo”, en la representación de quince personas que compartían un café. Quince personas, que quizás con nombres diferentes, todavía siguen sentadas en la mesa, bajo la misma lámpara, en  “la búsqueda de una exacta dimensión”.
Mientras Gombrowicz vive en Argentina, publica sus principales obras en la revista Kultura, una iniciativa de intelectuales polacos exiliados en París, donde se difunden páginas del Diario en las que se menciona la revista de Santucho. Tanto Dimensión como Kultura, son ediciones marginales y contrahegemónicas que luchan contra adversarios diferentes. La argentina post-peronista de la Revolución Libertadora y la Polonia de la ocupación soviética. 

Puedo imaginar la fascinación de Gombrowicz frente a las estanterías de la librería Dimensión. ¿Qué le fascinaba tanto? ¿Que en Santiago se escribían libros? ¿Qué en este páramo del Norte hubiera también escritores? ¿Que aquí, en este punto de una lejana galaxia, tuviese lugar un episodio imprevisto de la humanidad? ¿Que aquí, en Santiago del Estero, un punto de una lejana galaxia, hubiese también literatura? ¿Que mucha de esa literatura nunca llegara al otro mundo? Los santiagueños también hacían libros. Gombrowicz lo ha sabido en Dimensión. 

El Polcaco se fue de la Argentina en 1963. Partiría de regreso a su vieja Europa, pero seguiría de exilio, ya que no volvería a pisar Polonia. Primero París, después Berlín, y más adelante Vence, en el sur de Francia, donde residiría hasta su muerte en 1969. En el año 2013, después de más de cuatro décadas, su viuda, Rita Gombrowicz, publicaría un cuaderno póstumo con el nombre de Kronos, en el que aparecen los nombres de muchos santiagueños de entonces. 

Francisco Santucho sería secuestrado y desaparecido el 1 de abril de 1975, pero su librería se propagaría en el tiempo con vida propia, de la mano de su esposa Gilda Roldán, primero y luego de su hijo, Francisco, nacido con posterioridad a su desaparición.
Así entonces la historia sigue hasta el presente.

En el año 2011 la librería Dimensión fue declarada “Espacio de Interés Cultural” por de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia. Luego, en el año 2013, la Biblioteca Nacional y la Subsecretaría de Cultura de la Provincia, publicaron la edición facsimilar de los 8 números de la Revista. En septiembre del año 2016, se editó el libro “Obras Completas de Francisco René Santucho”. Deudas todas ellas de un saldo intempestivo. 

La librería como espacio de cultura ha recibido visitas ilustres de todos los tiempos y latitudes, además del propio Wiltold Gombrovicz. Destacamos entre otros a los escritores Miguel Ángel Asturias, Juan José Hernández Arregui, Beatriz Guido, Martín Caparrós, Horacio González; pensadores como Rodolfo Kusch, Carlos Astrada, Atilio Borón y Ricardo Forster; historiadores como Felipe Pigna; madres de plaza de mayo como Taty Almeida, y los artistas Atahualpa Yupanqui y Liliana Herrero, en una lista que no se cierra. 

Desde sus orígenes Dimensión ha sufrido muchas embestidas que no han podido callar su voz ni cerrar sus puertas. Desde la propia desaparición de su mentor en el año 75, los allanamientos al local durante la última dictadura, el secuestro de libros (se llevaron 123 libros, según Gilda Roldán), la persecución y estigmatización de la familia Santucho. Así y todo, la librería ha seguido de puertas abiertas –con excepción de lapsos muy breves de tiempo– trashumante, de un local a otro, pero siempre activa. 

Hoy, sin embargo, no está más. Es una gran tristeza. Lo que no ha podido la dictadura, lo ha logrado una economía desafortunada que desborda y hace estallar cualquier política.

¿Una “segunda desaparición” de Francisco Santucho? Ojalá que no. Preferimos pensar que no. Preferimos pensar que Dimensión va a volver y su historia va a seguir escribiéndose, como un sano ejercicio de la memoria.

El cuaderno cero. Claves para leer algunas noticias




Un cuaderno no es un objeto junto a otros en el mundo. Un cuaderno es una “hechura” (póiesis) en el orden simbólico, que puede producir incidencias inesperadas.

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Un cuaderno además es una gramática. Organiza una experiencia dentro de un sistema formal de reglas que lo vuelve texto. Reglas: presentación seriada de fechas, horarios,  actividades e ideas, fragmentación gráfica del tiempo, enunciación lacónica, licencias como la omisión de verbos, entre otras. Quien lo escribe, necesariamente las conoce, las domina, y se sirve de herramientas como un dibujante se sirve de los colores. Hay cuadernos que han alcanzado un grado notable de celebridad, como es el caso de los “Cuadernos de tapas azules” en el Adán Buenos Aires de Marechal, o el Cuaderno rojo de Walter Benjamin, o el “Cuaderno Único” de Samuel “Lito” Scholnik. 

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Si quien que se autoproclama autor de un cuaderno desconoce esa gramática, es entonces un "impostor". Es un escriba con segundas intenciones. 

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Si en la composición de un cuaderno están separados los lugares del autor y del escriba, quiere decir que no es un cuaderno, quiere decir que es un dispositivo para la construcción de un acontecimiento. La jerga de los filólogos lo caracteriza como "apócrifo". 

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Descartado por obvio el elemental uso escolar, un cuaderno puede ser dos cosas:
Uno. Es un "diario", un género de determinada literatura de contenido histórico biográfico, que no se escribe al azar, sino que se rige de un plan de escritura diaria con el conocimiento de sus reglas internas. 
Dos. Es un registro con fines de documentación científica para el trabajo de campo, el cuaderno del etnógrafo, por caso. 
Si no está dentro de esas dos posibilidades, su origen y destino resultan sospechosos. Es altamente probable que se trate de un esfuerzo de construcción de lo que pasa. Producir un efecto. Operar en el mundo. 

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Un cuaderno organizado bajo un sistema de reglas, para no ser apócrifo debería al menos estar destinado a un lector concreto, intencional y fundante, que espera ser testigo de una experiencia temporal evanescente. Se lleva un cuaderno para compartir esa experiencia ante un ojo lector que, en un momento dado y desde algún lugar del planeta, recorrerá sus páginas para reconstruir la experiencia. Cumple la función de una cámara, pero puesta en los ojos y la mente del que escribe. Cuando llega un cuaderno a nuestras manos, nos preguntamos ¿para quien se ha derramado toda esa tinta?

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Quien escribe para sí no sigue el sistema “cuaderno”, simplemente escribe en un acuerdo consigo mismo algo que deviene ilegible como texto para otros; lleno de supuestos, guiños, señalizaciones arbitrarias y lenguaje apocopado. 

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Las fotocopias de un cuaderno no son un cuaderno. Son solo imágenes seriadas, sin anclaje en el mundo. Han perdido aquello que justamente les habilita la condición de cuaderno, el estar “encuadernado” en un fardo material de folios sucesivos, que solo es posible abrir en un orden y una secuencia inalterable, con un número determinado de hojas fijas. Un fardo que no admite un faltante sin delatar su extracción con las marcas del corte y al que es imposible agregar nada. 

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Un cuaderno es un acto de comunicación que perdura más allá de los sonidos del habla. Quemarlo es taparnos la boca justo en el momento en que intentamos alzar nuestra voz. A las cenizas se las lleva el viento, un cuaderno de tapa dura puede sobrevivir a tempestades. 


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Llegado a este punto es inevitable poner El cuaderno de Asterión bajo sospecha y a disposición de la justicia.