domingo, 16 de abril de 2017

El arte de la conversación


No pasó nada. Voy a contar la historia de un día en que no pasó nada. Al mismo tiempo pasó algo que hasta hoy no puedo saber, pero que misteriosamente ha dejado un recuerdo imborrable. 
Tenía veinte años. Es decir, hace mucho tiempo. Estaba en la casa de mi amigo Víctor Villalba del Barrio Autonomía, en un asado o una reunión de amigos. Finalizaba un feriado y el siguiente era un día hábil, aunque a los veinte años eso es irrelevante. Recuerdo que al último quedamos, Víctor y yo, conversando y tomando un buen vino y después una caña, hasta la madrugada. Una charla dilatada, vueltera. Eso fue todo. Tampoco recuerdo con precisión qué hablamos esa noche. Es indudable que la conversación giraba en torno a la literatura, porque en ese tiempo de lo único que hablábamos era de literatura. Pero no recuerdo nada de la charla. Cerca del amanecer decidí mi vuelta a Santiago. En ese tiempo -y aún hoy, en parte- el Barrio Autonomía era una ciudad aparte, la ciudad satélite. Voy a la parada del doce, pero no tengo suerte. Después de una larga espera decido caminar y busco la ruta. Soledad, oscuridad, silencio, la vieja ruta sesenta y cuatro es un requecho de la noche, entre gallos y ladridos de perros. Nadie, a esas horas, transita ese camino. Ni autos, ni carros, ni peatones. Al punto que voy por el asfalto sin el menor peligro. Camino en la soledad un par de cientos de metros. 
No pasa nada. El primer movimiento que rompe esa quietud, es un hombre en bicicleta que aparece como un bulto entre las sombras. El bulto viene inestable y, me doy cuenta, borracho. Al pasar a mi lado se desploma, con un ruido de choque de caños contra el pavimento, que en ese silencio retumba como un cañonazo. Intento ayudarlo como puedo, pero no es mucho lo que se puede hacer. 
No pasa nada. La siguiente ruptura de ese amanecer es el motor y los faros de un doce que llega desde Santiago y al que espero para tomarlo a la vuelta. El doce reaparece, después de la vuelta por el barrio, no rápido, pero si seguro y, entonces. me subo, al fin. Viene vacío y yo me siento al fondo. 
No pasa nada. En todo el recorrido sube un solo pasajero. Cara conocida, para colmo. Es Baltasar, nos conocemos de alguna tertulia, o no sé de donde. Por su gesto, baja también de las profundidades de la noche. Sobre llovido mojado. Al verme, se sienta a mi lado para compartir el viaje con una charla de madrugada. Después me bajo en el centro y ahí termina toda la memoria de esa noche. Una noche en que, como se desprende de mi relato, no había pasado nada. 
Ha corrido el tiempo, décadas. Con Víctor mantuvimos una amistad cíclica. Nos veíamos por periodos, con grandes lapsos de ausencias y desencuentros. En uno de esos lapsos alguien me dijo que padecía un cuadro de salud comprometido y no pude, o no quise, verlo. Sin embargo, esta vida nos dio un último, extraño, encuentro. Fue en el Mercado Armonía. Nos encontramos de casualidad y quedamos conversando calurosamente. Fue un encuentro hermoso y a la vez triste. Me alegró ver que estaba bien o, por lo menos, mejor; y que seguía siendo el mismo. Triste por el presentimiento de una despedida y, efectivamente, tiempo después falleció. Escribí alguna página en su memoria, que no salda mi deuda de amistad. 
Lo recuerdo como artista de la conversación, alguien con el que hablar se vuelve un placer, hablar por hablar, hablar como quien degustar ideas y palabras al azar y sin urgencias.  Alguien que pude ser cáustico, provocador, pero también ameno, humorístico, gaucho y, en definitiva, un creador socrático. Hacía de cada charla una obra de arte. No por conocimiento, ni pedantería, por el mero arte de la conversación. Con él, creo haber tenido conversaciones que fueron verdaderos banquetes.
Y el recuerdo de aquella noche tiene que ver con eso, con la fruición y el paroxismo de la charla. A lo mejor esa noche he sido feliz, sin saberlo, por un par de horas y por eso me han quedado grabados todos aquellos recuerdos de cosas irrelevantes. 
No pasó nada aquella noche. A lo mejor he sido feliz. Nada más.