miércoles, 2 de enero de 2019

El nihilismo del primero de enero


El primero de enero es el día más nihilista del año. Pura nada. Sus horas están impreg-nadas de sin sentido, como globos incoloros que pasan por el cielo, sin aire, sin helio, sin nada. Una diáspora, un hueco de tiempo que nunca se llena, indescriptible perforación del almanaque, punto negro de una galaxia que se ha paralizado por un instante infinito, que nadie sabe cuanto va a durar, pero que sin duda sabemos o esperamos que de un momento a otro arranque sus engranajes.

En las calles: nada. Ni personas, ni automóviles, ni bicicletas. A lo mejor algún transeúnte distraído, que ha tenido la necesidad impostergable de salir de su casa, vaya a saber a qué. Comercios, nada. Vidrieras cubiertas de cortinas y luces apagadas. Bares y cafés para esquivarle al tiempo, cerrados, hasta avanzada la noche. El sol a pique pulveriza cualquier presencia que amenace el orden del no-ser. Hasta la comida de hoy es nada, apenas el requecho del último suspiro de un año que ha finalizado con una abundancia insolente, provocadora para la pobreza del resto de los días. El Año Nuevo ha llegado hace ya varias horas, pero su presencia ha sido mas bien puro protocolo, un choque de copas o la detonación fuegos que trazan su ferocidad por los aires. El año de carne y hueso, el que dictará su rigor el resto de los días, todavía está ausente y por unos días será solo una pagina de almanaque o una pantalla de calendario.

¿Qué hacemos los individuos de la especie humana de calendario gregoriano en el día más nihilista del año? ¿Qué más podemos hacer? Nada. ¿Qué es hacer nada? Hacer nada es “nadar” en el vacío. ¿En qué vacío? Ahí, en ese vacío de tiempo que queda entre un año que se ha ido con sus balances y sus culpas, y el otro que no llega, que manda sus emisarios para hacernos creer que el tiempo no es una ilusión. Nadar en el vacío, ese vacío que queda en nuestros cuerpos y en nuestras almas, después de las copas y la música y cenas opulentas y abrazos y temblores y todo el exceso de una noche que promete aniquilamiento y una resurrección del ser que nunca llega. Hacer nada es abandonarnos al sueño que gravita como un elefante echado sobre sábanas transpiradas, es abandonarnos a los efectos de algún antiácido que solo logra perturbar nuestra paciencia; el televisor en cualquier señal que discurre su monólogo sin audiencia; el teléfono empastillado de olvidos; la computadora inerte como una piedra de los valles de altura.

Me pregunto entonces, ¿es posible escribir en el día más nihilista del año? Es solo cuestión de intentarlo. ¿Qué es lo que puede uno escribir el día más nihilista del año? ¿Qué más puede ser? Nada. Escribir nada en el día más nihilista del año es embarcarnos en la paradoja de conjugar palabras que nunca lleguen “al punto de significar algo”, a lo Samuel Beckett.

Escribir por ejemplo “el primero de enero es el día más nihilista del año”. Nada.

Quizás mañana nos subamos de nuevo a la calesita del tiempo y todo vuelva de nuevo a ser posible. O no.


L. C.

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