martes, 26 de agosto de 2014

LAS TORRES DEL JUAN FELIPE IBARRA Y LAS POLÍTICAS DE DESHISTORIZACIÓN EN SANTIAGO DEL ESTERO





En este preciso momento, la Gobernadora de Santiago del Estero, acompañada por la Presidenta de la Nación, está inaugurando el complejo Juan Felipe Ibarra, una desmesura de atalayas sobre el cielo adormecido de Santiago.

Si un santiagueño después de haber permanecido afuera desde el año 2008 regresara hoy, al bajar en la terminal  y salir a las calles, estaría seguro que se ha equivocado de destino.  Esta no es su ciudad natal. Está en otro lugar. No se encontraría a sí mismo. 

En el ínterin de los años 2008 al 2014, se han levantado y refaccionado los siguientes edificios: Nueva Terminal y alzamientos adyacentes, Forum, Palacio de Tribunales, Centro Cultural Bicentenario,  Complejo Juan Felipe Ibarra y otros de menor envergadura.   

Alguien diría que la ciudad se ha modernizado o que el gobierno de turno ha hecho una soberana ostentación de riqueza y poder.  O las dos cosas al mismo tiempo. 

Proponemos pensar otro sentido. La gestión del gobierno provincial ha puesto en movimiento una tecnología inédita de control social. Hablamos aquí de políticas de deshistorización. Se trata de una tecnología que instrumenta obras, proyectos y discursos que producen incidencias en la percepción de la temporalidad de los ciudadanos o en la percepción de si mismos en relación a un horizonte temporal.  Es decir, hablamos de políticas orientadas a modificar el eje del tiempo en que la ciudadanía se piensa. Políticas orientadas a rearticular el enlace entre tradición y modernidad en nuevas configuraciones de sentido. 

Con las reservas de toda generalización, la sociedad santiagueña, como muchas otras en el NOA,  se ha reconocido hasta hoy desde el horizonte de un pasado colonial y postcolonial. Así al menos lo interpretan nuestros pensadores. Entre otros, Orestes Di Lullo, para quien el pasado se presenta como aquel momento de esplendor de un pueblo que había encontrado su cauce, allá por el Siglo XVII.  Así lo sugieren los epítetos que ponemos a rodar en nuestros discursos evocando los títulos nobiliarios con que nuestra ciudad seria investida: “noble y leal ciudad”, “madre de ciudades”. Títulos que siempre y en todo momento nos reenvían al pasado. Así lo sugiere la fuerza de nuestras tradiciones, que nos han constituido hasta hoy como consignatarios de un legado. 

Las políticas de deshistorizacion, con su abrumador despliegue de ornamentos, modifican nuestro núcleo histórico-temporal, nos expelen a un futuro de contornos imprecisos, pero de alta eficacia persuasiva. Estas políticas maniobran un conjunto de desplazamientos existenciales: desde lo propio hacia lo ajeno, desde la nostalgia hacia el asombro, desde la tradición a la modernidad, desde la memoria hacia la huera expectativa, desde la herencia de un legado al inquilinato del mañana. 

Las altas torres nos arrastran y desplazan fuera de nuestro eje. Rompen el ritmo del tiempo. Nos impulsan en préstamo hacia adelante.  

Las torres son una metáfora de la eternidad. Elevadas hasta el extravío, pulcras, vidriadas, impecables. Dominan el espacio, la luz, la atención de los transeúntes y dejan abajo a la ciudad entera, como un residuo de lo que la historia tarde o temprano va a dejar atrás. 

Son puntas de lanzas de adelantados, espejos del tiempo, mojones de la historia.

Las torres marcan una dirección, reenvían nuestro mundo a un horizonte extraño.

No borran el pasado. Lo neutralizan, lo inmovilizan, lo fosilizan.

El Complejo Juan Felipe Ibarra, y demás edificios de esta ciudad descostrada, no han sido levantados en el vacío. Se han montado sobre antiguos y valiosos emplazamientos de los que solo quedan formas aisladas, contornos irreconocibles, restos inexpresivos. Para construirlos hubo que traspasar la historia, remover estilos y re-estetizar las antiguas formas. Estos flamantes megalitos son mausoleos del pasado. En ellos es posible leer un reducido obituario de la antigua ciudad. Ahí está silenciosa y olvidada la vieja casona del Museo histórico provincial, como una tapera solitaria que sobrevive a la polvareda del saqueo. 

Políticas de deshistorizacion, tecnologías de intervención en nuestra temporalidad para arrancarnos las referencias existenciales.  ¿Una perversa maniobra para asumir acríticamente lo que venga, como venga? ¿Para que el futuro sea siempre mejor que cualquier pasado? ¿Para que el desembarco de lo nuevo tenga asegurada su vacante?

Cabe por ultimo aclarar que no propiciamos en estas páginas ninguna posición inmovilista respecto de nuestro pasado y de nuestra tradición. 

Por el contrario, creemos que siempre es posible un relato diferente de nuestra historia. 

Lo que consideramos suicida es quedarnos sin historia.