jueves, 24 de marzo de 2011

LAS POLÍTICAS DE LA MEMORIA EN LA ARGENTINA



Pensemos con un verso de Borges, que pertenece al poema Everness, de “El otro, el mismo”: “Solo una cosa no hay. Es el olvido” . El énfasis de un ciego que vive en la compulsión de una memoria minuciosa. Algo resuena en sus palabras, sin embargo. El olvido, si no imposible, cuando menos es una obscenidad. Los textos de Borges reflejan una y otra vez la tensión entre memoria y olvido. Entre Funes, el memorioso, y las voraces aguas del leteo. En el poema Son los ríos de “Los Conjurados”, nos dice: “la memoria no acuña su moneda. / y sin embargo hay algo que se queda / y sin embargo hay algo que se queja”. Aun traicionada por el olvido, aun sin cuño, la memoria no deja de ser “impronta” imborrable y a la vez angustiosa, la memoria suele dejar sabor amargo. “Hay algo que se queja”. Además de imborrable, puede ser traumática.

Esa memoria a la vez imborrable y endeble, angustiosa, desesperante a veces, algunos autores la suponen como una atribución colectiva. Cuando se habla de la memoria se usa este concepto a una escala individual, pero también a nivel social. No solo los individuos tienen memoria, también los colectivos. Y si los pueblos tienen memoria, entonces hay en ella un sentido político.

Paul Ricoeur (2008) en un denodado esfuerzo por llevar adelante una fenomenología de la memoria, distingue en ella dos manifestaciones. La memoria puede ser algo que acontece de un modo pasivo, un recuerdo que nos viene. O pude ser algo que “ejercemos” activamente, es decir, el objeto de una búsqueda. Podemos recordar espontáneamente o hacer memoria, como una acción deliberada y voluntaria. En este último sentido la memoria tiene una dimensión pragmática. La memoria es un “hacer” que se inscribe en el ámbito de la praxis.

Memoria colectiva, pragmática de la memoria, dan lugar a la posibilidad de la memoria como programa, en el sentido de “políticas de la memoria”. Hay políticas de la memoria porque el uso y el abuso ponen en juego un “habernos” como comunidad histórica con nuestro pasado en vistas a un proyecto de futuro. ¿cómo nos vinculamos con nuestro pasado? ¿qué hacemos con nuestra memoria? El vínculo con nuestro pasado resulta decisivo para constituirnos como una Nación. En este sentido, la memoria pasa a ser un eje fundamental en la experiencia de nuestra temporalidad y en la constitución de nuestra identidad narrativa.

Nadie pone en duda, a esta altura de los tiempos, que la Argentina ha desarrollado claramente políticas de la memoria, como un eje central en el rol del Estado. En realidad, siempre las hubo, ya sean explícitas o implícitas, pero estas políticas en el pasado han estado signadas por los abusos del olvido (indultos y amnistías), la mala mimética, la memoria impedida, o la melancolía. Finalizado el siglo veinte –siglo de la memoria, según Ricoeur- las políticas de la memoria se han materializado en acciones concretas y determinadas, que expresan con claridad una concepción dinámica de nuestro pasado, tanto el reciente como el fundacional : derogación de las leyes de obediencia debida y de punto final, reconversión de los centros clandestinos de detención en museos de la memoria, la Ley de Educación Nacional, la Ley de Medios, Celebraciones del Bicentenario, la redefinición de las conmemoraciones anuales y sus feriados (la Vuelta de Obligado es un emblema al respecto), los programas de promoción de arte por la memoria, entre otras.

Hay que decir que no todos los ciudadanos argentinos comparten estas políticas. Hay quienes observan un ánimo manipulador, que no se condice con la exigencia de recuperar el pasado desde la necesidad de la construcción de un relato de identidad común. Hay quienes promueven el olvido como política. Y un cancelatorio “mirar para adelante” sin retrovisor.

Más allá de la polémica, lo que hoy resulta necesario discutir, es ¿cuál es el vínculo hoy entre “Justicia” y “memoria” en esta Argentina que tenemos? ¿en qué medida estas políticas podrían inscribirse en línea que Ricoeur ha llamado “Políticas de la justa memoria”?

En los últimos años de vida, antes de su muerte en el año 2005, Ricoeur publica una obra monumental, en la que va a intentar hacerse cargo de esta cuestión, La Memoria, La Historia y el Olvido (2008). El planteo se desarrolla a partir de una “preocupación política”. El espectáculo generado por los excesos o abusos tanto de la memoria como del olvido, que han acontecido en el devenir del Siglo XX. La búsqueda de una “política de la justa memoria” es el horizonte ético que dinamiza la propuesta. Si bien la cuestión de la memoria ocupa una lugar muy claro entre las preocupaciones teóricas planteadas en los textos precedentes, no menos importante es la “cuestión práctica” que se abre a partir de la formulación de la categoría de “Justa memoria”. El contexto del planteo es lo que podríamos llamar los “juicios de la memoria”. Se trata de los juicios que se desplegaron durante el Siglo XX con motivo de los crímenes que entran dentro de la categoría de lo “injustificable” (Ricoeur: 2008, p. 600). Ricoeur cita como ejemplo los juicios de Núremberg, Tokio, Buenos Aires, Paris, Lyon y Burdeos. Lo común de ellos es que han generado una legislación espacial en materia de derecho internacional, que los define como “crímenes contra la humanidad”.

Pero ¿qué son las “políticas de la justa memoria”? Simplificando las cosas podríamos decir que es el esfuerzo de una memoria colectiva cuya pragmática se construye laboriosamente (en cuanto compromete la noción psicoanalítica de “trabajo”) y que tiene antecedentes en el concepto del virtud como “justo medio” aristotélico. Se trata de una suerte de virtud de la memoria que equidista, entre un exceso y una carencia, entre el abuso de la memoria y el abuso del olvido.

¿Cuál es la línea que separa el uso del abuso en el plano del deber de memoria? ¿Cuándo el deber de memoria resulta un camino para el logro de una memoria feliz o el precipicio de una memoria cautiva y abusiva? En este punto Ricoeur va a introducir una idea que creemos central en el planteo. Se trata de la idea de Justicia. “Es la justicia –dice- … la que transforma la memoria en proyecto” (Ricoeur: 2008, p. 119). Proyecto de justicia que resignifica la memoria transformándola en futuro y en imperativo, que transmuta la memoria en esperanza.

Para recuperar las cuestiones planteadas al comienzo, nos preguntamos ¿en qué medida las políticas de la memoria seguidas hasta ahora por el Estado Argentino se inscriben en un horizonte de justicia? ¿En qué medida hemos logrado una feliz articulación entre memoria y justicia? Más allá de los abusos, que siempre los hay –impedimentos patológicos, manipulaciones ideológicas y obligaciones pasionales- y de los usos, no siempre vigentes –olvidos compulsivos, relatos selectivos, amnistías- las políticas de la memoria han seguido un camino sinuoso entre la intencionalidad de una justa memoria y la memoria abusiva por defecto, una búsqueda irresuelta, cuyo horizonte último no es otro que el de una memoria feliz, y que a tientas va andando su camino. De eso se trata en definitiva. Del logro de una vida sosegada en base al trabajo del duelo y al trabajo de la memoria.

Memoria justa es recordar a otro distinto de sí, es hacerse cargo de una deuda generacional, es hacer justicia a las víctimas. Si las políticas vigentes logran esas metas, estamos en un camino que al menos promete dejar atrás el trago amargo de un pasado irresuelto.

1. Borges, Jorge Luis (1974), Obras Completas, Buenos Aires, Argentina: Emecé.

2. Ricoeur, Paul (2006). Caminos del reconocimiento, Tres estudios. México D. F., México: Fondo de Cultura Económica, Trad. del Francés Agustín Neira.

3. Ricoeur, Paul (2006). Sí mismo como otro. México D. F., México: Siglo XXI editores, Trad. del Francés Agustín Neira.

4. Ricoeur, Paul (2008). La memoria, la historia y el olvido. México D. F., México: Fondo de Cultura Económica, Trad. del Francés Agustín Neira.


martes, 8 de marzo de 2011

LO QUE ELLAS TRAJERON: SABIDURÍA Y DESEO

En el Día Internacional de la mujer

La cultura occidental nos ha marcado a fuego con un latigazo descarnado: Dios -según relata el Génesis- hizo un mundo sin mujeres. El mundo adánico era solo de varones; lo de Eva fue un accidente posterior. Porque, según parece, el advenimiento del género femenino no estaba en ningún plan, fue la irrupción de lo imprevisible, un viraje repentino en el timón, que merece ser pensado. Desde una lógica masculina y guacha, ese arrojo imprevisto es la evidencia de la secundariedad del género. El mundo era para los hombres, solo que “no es bueno que el hombre esté solo”, según reza el texto bíblico. Y, por lo tanto, para mitigar la soledad masculina, desembarcó un contingente de “Evas” que venían nada más que a estar entre nosotros, a darnos compañía en este universo desolado y gris. En esa dirección ha pensado la humanidad desde siempre y desde esa perspectiva se ha domesticado el género.
Prefiero ensayar un pensamiento en otra dirección. Prefiero pensar que ese giro de timón fue precipitado por un urgencia acuciante, algo se había ido de las manos. El plan de la creación venía con un imponderable y estaba a punto de colapsar. El mundo en manos de los hombres iba camino a la destrucción, a la locura, al sin sentido. Entonces el Creador tuvo su idea más brillante. Había que enviar a alguien al rescate de su obra malograda. Y ese alguien se llamaba Eva. Ella vendría a salvar el mundo. ¿A salvarlo de qué? De los excesos de la lógica perversa que los hombres habíamos impuesto sobre las cosas. Tenía que ser la mujer, el mundo necesitaba de un pensamiento distinto, flexible, laxo, parcializado, erótico, glamoroso. Y con la mujer llegó el Deseo. Y con el Deseo, el mundo se hizo fiesta, esa gran fiesta de encuentros y desencuentros, de amor y de pasión, de sueño y desvelo.
Desde entonces las cosas tomaron un rumbo inesperado, porque las mujeres esparcieron su gracia por el mundo y la faz de la tierra había cambiado para siempre.
Lo asombroso, lo increíblemente mágico, es que aquella Eva venía de la propia materia viva del Adan. Había sido hecha de una fracción de sus huesos, de una costilla, si hemos de seguir el texto bíblico que -aunque discutido por algunos- alguna razón parece tener. Esta circunstancia nos hizo pensar a muchos “Adanes” que esta extraña criatura era una segregación de los hombres, un desprendimiento del tórax; nada más que eso, un apéndice que no acierta a ser por sí mismo.
Sin embargo, también podemos interpretar ese origen desde otro punto de vista. La mujer provenía de una costilla, porque la costilla es el hueso que protege el corazón, porque la mujer traía al mundo una nueva ética, menos cerebral, una “ética del cuidado” -como lo hace ver Carol Gilligan-, una nueva percepción de las cosas, una modalidad relacional orientada a la comprensión de quien padece. Desde ese entonces la vida en esta tierra tiene otro sentido; mejor dicho, la vida en esta tierra tiene desde entonces un sentido, que en algún momento del reinado masculino lo perdió.
Y entonces el mundo ha comenzado a ser ancho y ajeno, porque los hombres habíamos dejado de ser los “dueños”. Claro que durante algún tiempo creímos seguirlo siendo, pero ellas estaban ahí, sembraban y cosechaban desde el silencio; y, con toda discreción, se enseñoreaban de la tierra y, nosotros, con toda ingenuidad, nos beneficiábamos de ese señorío. Cuando nos dimos cuenta, ya era tarde, estaban en todos lados, especialmente dentro nuestro. Incapaces de renunciar a nuestra condición de Amos y Señores del Reino, empezamos a inventar historias, relatos, que las ponían fuera de nuestro juego. Y ellas se dejaban narrar, se prendían de esas historias, porque sabían que eran sólo eso: historias, mitología de machos destronados. Y demostraron mayor sagacidad, porque, aun siguiendo nuestro juego, sabían que ganaban. Siempre ganaban.
Con el tiempo, no sólo han demostrado ser más inteligentes, también han demostrado que traían consigo una sabiduría primordial, encabalgada en el latido mismo de la vida. Nos han dado la belleza del mundo, el erotismo, el sentido de vivir, la recomposición de nuestro cuerpo fragmentado, las variaciones del amor. Finalmente parece ser que les debemos mucho y que valió la pena perder una costilla.
El de los hombres era un mundo de abstracción y monotonía. Las mujeres han traído lo mejor. Lo que llevan puesto y lo que ponen en su llevar.