miércoles, 23 de septiembre de 2009

UN UNIVERSO “REDONDO” . EL "INDIO" SOLARI EN SALTA


Como aquel navegante genovés en el siglo quince, todavía algunos profetizan un mundo “redondo”. No por la forma de la tierra, sino por una visión estética de las cosas y por una manera de ser y de estar en esta vida.
Hablo de los seguidores del “Indio” Solari. De “los redondos”, como corriente estética y cultural.
He participado del concierto de este diecinueve de septiembre, en los pagos del Cuchi Leguizamn y de Manuel J. Castilla. No menos asombro que desconcierto despiertan las connotaciones de ese “mundo redondo” que he podido observar , extraño universo cuya redondez de orden metafísico y simbólico, nos envuelve.
Treinta mil personas en un estadio de provincia. Peregrinaciones interminables desde cuatro puntos cardinales. Ritos y liturgias que se tejen entre los participantes, se despliegan raudos en las inmediaciones, en una apropiación del espacio público por la que se instala ese “mundo redondo”, como una construcción de sentido desde banderas y pancartas que inscriben “la letra” en el entorno. Banderas que celebran el espesor simbólico de algunas expresiones brillantes de los temas. Libaciones y cánticos dionisíacos. Euforia y desenfreno, “hybris”, soberbio desafío a los dioses del olimpo.
¿Qué es el “mundo redondo” ? ¿Qué es lo que hace que treinta mil personas se congreguen en un estadio de futbol a escuchar a un juglar del siglo veintiuno? ¿Quiénes y por qué son llamados a ser parte de una fiesta de características tan propias? ¿de dónde viene ese llamado remoto?
Lejos de tener respuestas a estas incertidumbres, apenas me asisten algunas impresiones que voy a intentar desplegar en esta página.
Creo que el mundo redondo está edificado sobre una “liturgia de la palabra” -con todo respeto, si se me permite esta expresión-, que se vuelve “misa ricotera“. Un mundo cuyo sentido se edifica sobre la base de las “letras” de Solari. De lo que la palabra genera como posibilidad de “innovación semántica” , mediante tropos y tramas narrativas, para usar categorías de Ricoeur, que remiten a un sentido emergente en donde descubrirse. Creo que hay en los temas un fondo de sentido antes no instalado, que invade el corazón de un público de características muy particulares. Esas letras promueven un sentido rupturista. Un sentido que orienta modos de estar en la realidad bajo el desafío de las convenciones. Letras en las que una generación desencontrada se descubre a sí misma, sufriente y desolada. Letras que pueden dar sentido y cohesión a una vida hecha de exclusiones, fragmentaciones y desencuentros. Tropos y narrativas configuradores de una identidad generacional, crean ese mundo redondo cuya entidad se incrusta en una bandera que reza:
“Mi reino es de este mundo, redondo y de ricota“.
Fundación de un mundo desde la ficción de la música, en el que miles de jóvenes -y de no tan jóvenes- se encuentran y reconocen, sorprendidos de verse en un “quien” que tiene palabra, y al que asumen como propio.
Por eso la palabra de Solari es la palabra de muchos.
Porque hay un público de historias irresueltas que ha recibido el mensaje primordial de Los Redondos desde una clave que quizás el mismo Solari no había pensado. A este “público respetable ” lo integran quienes crecieron con Videla y sin poder, para decirlo con Charly. Quienes irrumpieron en su adolescencia durante los noventa y los primeros años de este siglo, con las turbulencias y desencuentros que todavía nos desgarran. Tipos que hoy tienen entre veinte y treinta y cinco años de frustraciones y desencantos. Tipos que a la sazón arribaron a un mundo que les negó no solo un espacio social de inserción; les negó, además, cualquier espacio de reconocimiento. Muchos de ellos son los que quedaron “colgados” en los noventa. En las márgenes, en esa grieta insalvable entre un Estado ausente y un mercado despiadado, sin proyecto propio, estos sujetos vieron atónitos desfilar las fieras del liberalismo por la alfombra roja, entre “lujo” y “vulgaridad”.
Las narrativas y tropos ricoteros les dieron ese espacio que la sociedad les había negado. Desde allí, desde esas letras, se reencontraron con un quien que tiene un lugar a donde decirse. Por eso Solari está signado desde su pasado “redondo”, marca a fuego que nunca podrá borrar. Seguirá haciendo nuevas canciones, pero su público pide que hable desde aquellas voces. El Indio es hoy lo que supo dar en esos tiempos.
Seguramente no todos sus seguidores son sujetos de este palo. Otros habrá que, desde lugares diferentes, descubren otras significaciones. Creo, sin embargo, que las aguas bajan de esa quebrada fuente.
Para cerrar esta página, no me resta sino decir que Los Redondos y Solari hicieron una música que perdura en el tiempo y que se propaga en forma discontinua y selectiva, espasmódica y desbordante, porque todavía funciona como espejo y como insignia, como una promesa de amor en el desierto. Será por eso que convoca sin anuncios, que embelesa sin claudicaciones.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

LA SILLA VACIA









Voy a hablar de una silla vacía. Una silla de la que, por distintas razones, han huido todos, seducidos por dios o por el diablo. Puede ser una banca en el Congreso. Puede ser la butaca de un invitado ausente en un programa de actualidad. Puede ser un claro entre los cuerpos apiñados de un piquete. Es nada más que eso: un sitio abandonado, por incómodo o por lejano. Un silencio abrupto entre fogonazos de "información". Un tartamudeo en la palabra pública.
Una silla abandonada es el lugar de un discurso borrado con el codo. Un discurso que ha sido secuestrado por las voces hegemónicas del poder y de la iracunda oposición a ese poder.
Hablo de un discurso que ha tenido su lugar, el emplazamiento de su silla, en lo que en otro tiempo se ha llamado el "progresismo" y que ha sido fagocitado desde uno u otro polo de los discursos hegemónicos.
Hoy por hoy tenemos, por un lado, un oficialismo castigado, con un discurso conciso, fuerte, confrontador; que reivindica banderas que luego no se ven en sus balcones. Por otro, la oposición conservadora, que ha revisitado el discurso ultraliberal de los 90. Que descalifica -de plano y a cualquier costo- toda iniciativa que se asuma desde el gobierno, porque "está todo mal" y porque "cuanto peor, mejor", para que se vayan pronto. Que se inscribe en la plataforma de un discurso único, que aplana sin concesiones toda diferencia de matices.
Las voces que otro tiempo resonaban en ese hueco del discurso, en aras de pelear la penumbra de un rincón en la palestra de los medios, hoy se han apoltronado -casi sin quererlo, casi sin saberlo- en el canto de sirenas de una restauración conservadora, no menos anacrónica que impaciente. Con la intención de pegar fuerte, sus trasnochados paladines terminan disparando desde la misma trinchera. Los extremos se tocan. Reivindican las mismas banderas, utilizan el mismo lenguaje e, inclusive, suman sus cuerpos en los epacios tomados. Su fuerza resulta tributaria del tonito de patrón de estancia que resuena a la vera de las rutas y en los medios monopólicos.
La silla vacía, el discurso ausente, es aquel que debiera incrustarse entre el discurso del gobierno y lo que éste "deja de hacer", entre los intenciones políticas y la ausencia de mediaciones para materializar esos propósitos. Un discurso que fije la mira, no ya en las bofeteadas acciones de un poder en jaque, sino en la articulación de esas acciones con el sentido que se declama a través de la palabra.
Este discurso es el que extrañamos quienes estamos en el medio del fuego cruzado y no compartimos las trincheras; quienes, sin un rechazo de raíz a los lineamientos de las políticas vigentes, observamos atónitos profundas torpezas en sus modos de realización. Se trata de un discurso que, a diferencia de los conservadores, renuncia a tirar por tierra la política de retenciones, la reestatización de las empresas publicas, o la ley de servicios audiovisuales, en un todo; pero que, a diferencia de los obsecuentes de turno, exige que se constituyan en verdaderos instrumentos de la redistribución del ingreso, que ayuden a la construcción de una sociedad de iguales, que, en suma, sean acciones funcionales a ideales que resuenan en los discursos oficiales.
En el estruendoso fragor de una guerra sin cuartel, nos han dejado sin palabra. Algunos argentinos estamos más allá de la voz atronadora de un De Angelis, y al, mismo tiempo, más acá del grito desafiante de las huestes K.
Algunos argentinos estamos perdidos y desorientados en ese enorme pozo de silencio al que nos han confinado los dueños de la contienda.
Algunos esperamos desde ese silencio que alguien retorne a la silla abandonada y nos devuelva el discurso borrado con el codo.


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